sábado, 27 julio, 2024
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De jardín del universo a jardín de la república: el origen de la exuberancia tucumana

El jardín de la república. Este es quizás el emblema más fuerte que pesa o que adorna la palabra Tucumán. Quien no conoce estas tierras, probablemente, en su imaginación, proyecte un lugar de intenso verdor, de prósperas plantaciones, de flores interminables, de frutales donosos. Sin embargo, pocos saben el origen salvaje, selvático y académico que hay detrás de la marca distintiva tucumana.

Al primer gen inspirador de este discurso edénico podemos encontrarlo en el relato del capitán Andrews, pero… ¿quién es el poeta que se esconde detrás del novelesco título? Joseph Andrews fue un marino inglés de la Compañía de Indias, sin embargo, nosotros lo conocemos más por su obre poética que por la verdadera razón de sus viajes a América. El capitán Andrews fue capitán y propietario de la embarcación Windham, pero se desvinculó de la marina para adentrarse en las profundidades de la tierra. En 1825 llegó a Tucumán cuando operó para una empresa minera, de la que además era accionista: la Chilean and Peruvian Mining AssociationEs decir, lo que movía estos viajes era la minería, la búsqueda de materiales preciosos como el oro. 

En la época en que Andrews visitó estas tierras, parece haber sido inmediatamente conquistado por las delicias terrenales que ofrecía el Tucumán del siglo de la independencia: “Su suelo es variado; puede encontrársele allí en sus más diversas especies, excepto la calina. La marga, la arcilla, la arena y el cascajo abundan, pero la naturaleza de suelo que prevalece, es la de tierra vegetal, negra, rica y exuberante y que forma una capa de uno a seis pies de profundidad, descansando en un subsuelo arenoso. Esta diversidad de suelos, da lugar a una variedad sin fin de producción vegetal extraordinariamente exuberante. Los granos y raíces más cultivadas, son seis o siete clases de maíz, trigo, cebada, guisantes, judías, patatas comunes, patatas dulces llamadas camote, y una interminable variedad de productos de jardinería. En materia de frutas, silvestres y cultivadas, se encuentran naranjas, limones, cidras, granadas, duraznos, uvas, manzanas, peras, membrillos, ciruelas, melones, etc.” escribía el inglés en su bitácora de viaje que fue publicada dos años más tarde en Inglaterra bajo el nombre Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica”. 

Los capítulos que llamaron especialmente la atención de esta parte del mundo fueron escogidos para ser traducidos y publicados en español recién en el año 1915, bajo el nombre de “Las provincias del Norte”. En distintas partes de su escritura, el capitán Andrews resalta las bondades de los tucumanos y tucumanas, pero fundamentalmente, de su –entonces- llamativa naturaleza: “Todos abrigaban la esperanza de que, dada la fertilidad del suelo, su capacidad productora, la variedad de sus productos y su bello clima, la inmigración inglesa daría preferencia a ese suelo”. Además, el viajante le dedicó a Tucumán el poema del Edén, de Milton: 

“Arriba crecían

Insuperables alturas de soberbios matices.

Cedros, y pinos, y abetos, y coposas palmas

Una escena de selva, y mientras las gradas ascienden

Matíz sobre matíz, un teatro de bosques

De majestuoso aspecto” 

Joseph encontró rápidamente las virtudes de nuestro cerro Aconquija, lugar al que le regaló también detalladas y poéticas descripciones que habrían de enamorar a más de un curioso: “la originalidad de la vegetación que se presentaba a la vista y la amable sensación que el conjunto todo producía en el espíritu”.

Indudablemente, en este autor podría encontrarse el germen que definiría a este territorio, no sólo como cuna de la independencia argentina, sino también como el jardín de la república. Casi al principio de su descripción de Tucumán, el autor hace alusión a este lugar como el mismísimo “Jardín del universo”:

“Durante la estación de la fruta, abundan extraordinariamente los productos de huertos, jardines, campos y bosques, según se me informó, mientras que en el resto del año es muy difícil conseguirlos. Mientras estuvimos allí, sólo había naranjas y manzanas. Todos se quejan de estas deficiencias, pero nadie hace lo posible por remediarlas; ¡Cuán fácil sería, con un poco de industriosa laboriosidad, hacer adelantar la producción de la naturaleza, pidiendo al arte una pequeña ayuda! Es verdaderamente penoso contemplar a ese pueblo, en el mismo jardín del universo, perdiendo su tiempo tan lastimosamente” escribía el inglés, en una suerte de crítica a la haraganería tucumana ante el cultivo de sus tierras y la cría de ganado. 

Después de que el prestigioso capitán llamara Jardín del universo a Tucumán, procedieron algunos autores que decidieron a su vez renombrar este pedacito de suelo con adjetivos similares. Tal es el caso de Juan Bautista Alberdi, quien opta en llamar a Tucumán como tierra bendecida, edénico jardín. Y de Woodbine Parish, el diplomático británico que se refirió a este, como el “Jardín de las provincias unidas” en 1852, detalles a los que nos referiremos más adelante.

Quien dedicó adjetivos similares a Tucumán y que, sin duda, alguna tuvo una gran influencia en la generación del centenario, fue Paul Groussac, el escritor, historiador, crítico literario y bibliotecario franco-argentino que fue director de la Biblioteca Nacional de 1885 a 1929. Fue Groussac quien se usó los términos “Tierra de selección”, “jardín de amores”, o “el perfumado jardín de la República”, todo a fines del siglo XIX.

Pero este tipo de términos no provienen solamente de quienes hablaron de Tucumán a través de la literatura, sino que los naturalistas también describieron con mucha admiración los distintos microclimas tucumanos en el siglo XIX. Un claro ejemplo fue el de uno de los más grandes naturalistas de la historia, el alemán Karl Hermann Conrad Burmeister, quien escribía en 1859 sobre Tucumán de la siguiente manera: “Las naranjas doradas de las hespérides que asomaban en gran cantidad, justamente cuando yo llegué a Tucumán, de entre el oscuro follaje de los árboles contribuyeron a aumentar la impresión espléndida, verdaderamente maravillosa de estos parajes; ahora comprendía por qué en el país se llama a Tucumán el jardín de la Confederación Argentina: aquí se encuentran frutos y flores artificialmente cultivadas en todas partes, en hermosa abundancia, algunas veces está la atmósfera perfumada por la fragancia exquisita de las miles de flores de naranjos, que florecen en setiembre. Eran, lo confieso sin disimulo, los más hermosos días de mi vida”.

Recordemos que nuestras famosas naranjas agrias que embellecen casi todas las calles céntricas de cada ciudad tucumana, tienen una razón de ser: aromatizar el espacio. Es por eso que septiembre es considerado el mes más hermoso de Tucumán, en donde los perfumes de sus azahares envuelven a todos y todas, sin ningún tipo de discriminación.

Lo cierto es que tan solo un siglo más tarde, personalidades de pluma intensa como la escritora Elvira Orpheé, desmintieron sin problema alguno que Tucumán fuera un escenario edénico o un paraíso terrenal. Puede ser por apreciaciones puramente subjetivas, o quizás, por el cambio climático. Pero la realidad, es que el jardín que fue tan vanagloriado allá por todos los visitantes del siglo XIX, tuvo una importante mutación, a raíz del cambio climático, del crecimiento de las ciudades y de la agricultura, claro.

La fundación Proyungas detalló en su guía visual “Las áreas protegidas de Tucumán” sobre el cambio climático y sus consecuencias en el Jardín del Universo tanto desde un pasado al presente, como a un futuro, indicando que los modelos de distribución de la vegetación de los ambientes más bajos de Tucumán (por ejemplo, una altitud como la de Los Sosa),  tiene una migración de su 40% de manera progresiva hacia alturas mayores.

La yunga tucumana, sin embargo, pese a sus intensos períodos de sequía, conserva en sus grandes espacios de humedad la propiedad de albergar con total fortaleza especies de todo tipo, helechos, árboles, y plantas silvestres. Pese al gran cambio por el crecimiento de ciudades y por las extensas plantaciones de caña de azúcar, basta con subir un poco por la RP307, o visitar cualquiera de nuestras reservas, dar una vuelta por el museo abierto de la antigua ciudad de Ibatín, para recordar y reconocer ese basto jardín de la república, tan amado, tan renombrado, y que con tanta grandeza supo acunar a la provincia de la independencia.

Como tantas cuestiones que tenemos naturalizadas de esta exuberante tucumanidad, es importante pensar en qué momentos o bajo qué conceptos algunas ideas llegaron a naturalizarse. Soledad Martinez Zuccardi, profesora, licenciada y doctora en letras de la Universidad Nacional de Tucumán, explicó a eltucumano.com sobre esta construcción de la imagen del jardín, en pleno centenario de la patria, momentos de marcada elaboración del ser nacional en todo el país, con un énfasis especial en el NOA: “En el marco de la celebración del Centenario de la Independencia en Tucumán se publica una ambiciosa compilación de ‘todo’ lo escrito sobre la provincia. Titulada Tucumán al través de la historia. El Tucumán de los poetas (1916), la obra es realizada por Manuel Lizondo Borda, con la dirección de Juan B. Terán”.

“Una de las imágenes más fuertes de la provincia que recorre los dos tomos de esta compilación está condensada en la idea de jardín, en alusión a lo que se describe como la belleza, el esplendor y la abundancia de la tierra y la vegetación tucumanas. El primer texto que puede mencionarse en esta línea es una crónica del capitán inglés Joseph Andrews, Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826, de la que Lizondo Borda selecciona varias páginas. Andrews habla de las ‘incomparables bellezas de esa tierra deliciosa’ y declara: ‘En cuanto a grandeza y sublimidad, no creo que sean sobrepasadas en parte alguna de la tierra’” expresó Martínez Zuccardi.

“A continuación de ese texto, Lizondo Borda difunde extensos fragmentos de la Memoria descriptiva sobre Tucumán (1834), de Juan Bautista Alberdi, donde la naturaleza tucumana es concebida como un verdadero edén: ‘Un aire puro y balsámico enajena los sentidos. No hay planta que no sea fragante, porque hasta la tierra parece que lo es. Los pies no pisan sino azucenas y lirios. Propáganse lenta y confusamente por las concavidades de los cerros, los cantos originales de las aves, el ruido de las cascadas y torrentes’. Consciente de que su visión puede ser juzgada como parcial debido a su condición de tucumano, Alberdi apela a Andrews: ‘Ruego a los que crean que yo pondero mucho se tomen la molestia de leer un escrito sobre Sudamérica, que publicó el capitán Andrews (…) quien dice que Tucumán es el jardín del universo’” detalló.

En concordancia, la doctora en letras especificó lo que distintos autores aportaron en la previa a este centenario de la patria para construir la imagen edénica de Tucumán: “Varios textos incluidos en la compilación demuestran que a mediados del siglo XIX la imagen de jardín es una representación ya consolidada. Otro viajero inglés, Woodbine Parish, sostiene en un escrito de 1852 que ‘la naturaleza ha sido tan pródiga para con ella de sus más esquisitos (sic) dones, que con justicia merece la provincia de Tucumán su nombradía y apelación de Jardín de las Provincias Unidas’. De modo similar, en el Manual de las Repúblicas del Plata publicado en Londres en 1876, Tucumán es presentado así: ‘Bien merece el título de jardín de Sud América, por sus ricos y variados productos, su clima suave, sus paisajes encantadores, y los varios otros dones que la naturaleza brinda al punto más favorecido de todo este continente’. Por último, un breve autógrafo de Paul Groussac inscripto en 1894 en el Álbum de la Sociedad Sarmiento se refiere directamente a Tucumán como “el perfumado ‘jardín de la República”’. Al encerrar entre comillas la frase ‘jardín de la república’, Groussac parece sugerir que está retomando una expresión muy difundida” aseguró.

Finalmente, dijo: “A partir de la reunión de estas imágenes idílicas de la provincia, la compilación de Lizondo Borda diseña una representación sin fisuras de Tucumán, afín al espíritu celebratorio y optimista de 1916. Una visión que sin duda excluye otras miradas más conflictivas sobre la provincia, y que resulta además estratégica en relación con el proyecto que la elite local del Centenario tenía para Tucumán: convertirla en un polo económico y cultural de singular prestigio y relevancia en el espacio nacional”.

Con esto, se puede concluir que esta construcción del Jardín de la República como una descripción de las tierras tucumanas, tendría su origen principalmente en la visita de los viajeros en busca de minerales, de los naturistas, y de los poetas. Sin embargo, fue esa misma e intensa generación del centenario de la patria la que se ocupó de esa instalación ordenada de la cuna de la independencia como el Jardín de la República, visión que persiste mucho más allá de las mutaciones urbanas, del cambio de las yungas, y que parece confirmarse en la proliferación primaveral de nuestros hermosos y perfumados naranjos.

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