La Corte Suprema dejó firme la condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos contra Cristina Fernández de Kirchner por corrupción en la causa Vialidad. La decisión, con impacto jurídico inmediato y consecuencias políticas de largo alcance, sella la suerte judicial de la dirigente más influyente del peronismo en las últimas dos décadas. Pero lo que deja en suspenso —y genera vértigo tanto en el peronismo como en el oficialismo libertario— es el escenario político que se abre con su apartamiento formal del tablero.
“Cristina había reducido al peronismo a un partido vecinal”, dispara Julio Bárbaro, peronista de la vieja guardia. Y ese diagnóstico no es menor. Porque la condena no solo inhabilita a Cristina; también empuja al peronismo a reconfigurarse sin el eje gravitacional que durante 20 años fue su voz, su relato y su control de las candidaturas. “Más allá de mis diferencias con ella, me duele lo que pasó”, agrega Bárbaro. La frase resume el dilema de muchos: la distancia ideológica y la pertenencia histórica siguen en tensión.
Para Ignacio Labaqui, analista político, el panorama no es más alentador. “El peronismo está en un momento bastante crítico”, advierte. Con pocas gobernaciones y dividido entre liderazgos provinciales y referentes nacionales en decadencia, el movimiento se enfrenta a su mayor crisis de representación desde 1983. Cristina fue durante años la figura que unificaba (aunque también dividía), y su retiro forzado deja expuestas fisuras que se habían mantenido bajo su sombra.
En ese sentido, Labaqui observa que la respuesta discursiva ya se está armando: la dirigencia no tardó en hablar de “proscripción”. Es decir, transformará la sentencia judicial en una bandera política. La estrategia, que Cristina ya ensayó tras su primera condena, busca reforzar su lugar simbólico como víctima del sistema. Carlos Fara, por su parte, coincide en que esa narrativa no desaparecerá fácilmente: “Podría dejar de ser presidenta del PJ, pero seguir manejando el poder real. Cristina siempre ha dicho que no hace falta tener un cargo para conducir”.
La Corte resolvió, pero Cristina todavía tiene recursos legales, como el pedido de prisión domiciliaria, y sobre todo, poder político residual. Como señala Fara, incluso con una condena firme, “puede seguir haciendo campaña aunque esté presa”. No se trata solo de lo legal, sino de lo simbólico: la imagen de la expresidenta con una tobillera podría agitar a un peronismo amilanado.
Lo curioso —y clave— es que esta escena también afecta al oficialismo. Aunque Milei festeje (sin decirlo del todo), perder a Cristina como antagonista visible tiene costos. Como advierte Fara: “A Milei le convenía más que Cristina tuviese un lugar las listas. No es lo mismo que vaya Mayra Mendoza”. Es decir, la estrategia del mileísmo de agitar el “fantasma kirchnerista” como amenaza permanente pierde eficacia si la figura de Cristina queda desplazada por otras menos convocantes.
Esto podría abrir, como señala Labaqui, una ventana al centro político. “Si baja la tensión, puede que resurja el centrismo tan desaparecido entre peronismo y libertarios”. Pero esa posibilidad todavía está lejos. Por ahora, los libertarios parecen más cómodos sin adversarios concretos, polarizando con el pasado. “El oficialismo se cae solo, no necesita enemigos”, ironiza Bárbaro. En otras palabras, con la economía tensionada y una conflictividad social en ascenso, al Gobierno no le conviene que el escenario se despolitice: necesita un adversario identificable, y Cristina, hasta hoy, cumplía ese rol.
Por el lado del peronismo, las miradas giran inevitablemente hacia Axel Kicillof. Ya había tensado el vínculo con Cristina al rechazar el desdoblamiento electoral entre provincia y nación, y ahora se presenta como el principal heredero institucional, aunque sin el consenso pleno de las tribus peronistas. Kicillof es gobernador, pero no jefe político. Sin Cristina, y con Sergio Massa agazapado, la disputa por la conducción del espacio queda abierta.
En este marco, el pedido de prisión domiciliaria en su departamento de Constitución, la posible tobillera electrónica y la marcha de apoyo son apenas síntomas del sismo político. El fallo de la Corte marca un antes y un después, pero no liquida el poder de Cristina. Lo reconfigura. Su palabra, su figura y su condena seguirán siendo un centro de gravedad en la política argentina.