El final indecoroso de la noche de River en Mendoza fue, por si quedaba alguna duda, otra confirmación de que este no es un equipo de Gallardo, de que ni siquiera lo es con Gallardo sentado en el banco. Incluso, tal vez, el propio Gallardo aún no sea Gallardo, Gallardo en itálica, lo que se entiende por Gallardo. Porque Gallardo es también un concepto, una idea, un paradigma, una línea dentro y fuera del campo. Gallardo, para los hinchas mucho menos un entrenador que un superhéroe, no termina de activar sus poderes a tres meses y medio de su regreso. Su estatua de siete metros de altura y seis toneladas y media que custodia en la puerta del Museo toda la gloria de estos 123 años, de la que él fue protagonista esencial, proyecta su sombra incluso sobre él mismo y, claro, sobre sus propios jugadores. Jugadores que en buena medida heredó y que dan cuenta de lo patológicos que fueron los mercados de pases que hizo el club durante su descanso y su aventura árabe. Jugadores que en muchos casos ya no tienen futuro en River porque demostraron (reafirmaron) que no dan la talla.
“Claramente estos partidos nos marcan cuestiones que tienen que ver con el futuro”, fue elocuente el Muñeco en Mendoza para empezar a prologar la reestructuración importante que necesita un plantel que no está a la altura de las exigencias del CARP. Un diagnóstico que, por cierto, MG ya tenía en la cabeza al momento de asumir: en la urgencia, Gallardo buscó una inyección de jerarquía (Acuña, Pezzella, Meza, Bustos) en un libro de pases breve y alternativo al que venían de hacer Demichelis y la cúpula de fútbol, que creyeron que Ledesma, Gattoni, Bareiro, Peña y Carboni -a la larga, todos futbolistas suplentes o que ya ni están- eran las incorporaciones que necesitaba para ganar la Copa Libertadores un equipo que venía de perder con Deportivo Riestra y de quedar eliminado de la Copa Argentina con Temperley. Es la última foto que dejaron períodos de transferencias fallidos en los que River buscó mal, sin criterio, en muchos casos a destiempo y pagó sobreprecios por jugadores que no rindieron ni futbolística ni económicamente: por caso, después de un paupérrimo segundo semestre de 2023, y de salidas pesadas y propiciadas por el desmanejo de vestuario del actual entrenador de Rayados como las de De la Cruz y Enzo Pérez, el CARP apenas sumó a Fonseca, Villagra y Sant’Anna, en una inversión global poco menor a los u$s 20.000.000.
Ledesma y un Carboni que ya no está, en la presentación de los refuerzos de River hace cuatro meses (Prensa River).
Un tren en movimiento, describió Gallardo, en la que tal vez sea la frase clave para entender lo que circuló por su cabeza durante estos meses. Lo cierto es que aun con un margen de maniobra menor al que a él le habría gustado para pilotear la pesada herencia del ciclo Demichelis, su rol como maquinista todavía no alcanzó y de momento el Muñeco diagnosticó bastante mejor de lo que ejecutó: el planteo en Belo Horizonte, errores de cálculo en la gestión de minutos que sobrecargaron físicamente a sus refuerzos de categoría en tramos muy sensibles de la competencia, trámites como el del jueves que no logró revertir moviendo el banco son parte de la responsabilidad que tuvo MG.
Tan cierto es que a River le falta jerarquía para la propia vara de la institución más grande del país como que debiera sobrarle para la vara de un fútbol argentino en decadencia competitiva: aún con lo que tiene, que el CARP no haya siquiera peleado seriamente ni la Copa de la Liga, ni la Copa Argentina, ni la Liga Profesional habla de un año que ya tiene sellada la calificación de muy malo, pero que lamentablemente para River no terminó: aún debe clasificar a la Copa Libertadores 2025, un objetivo mínimo, vital y en este caso inmóvil que para el club es mucho menos una meta que una obligación. Y eso, claro, representa un problema.
Un problema porque el equipo no da garantías, pero sobre todo porque después de la derrota en Mendoza, que enterró cualquier ínfima expectativa en el campeonato, la sensación que quedó en el aire es que Gallardo tendrá que convencer y motivar en cuatro partidos a un grupo de jugadores que en buena parte ya sabe que su destino está juzgado. Por eso el entrenador no quiso adelantarse, por eso dijo una vez más que recién finalizada la temporada hará una evaluación, pero aún así el técnico da a entender que en muchos casos el análisis ya está hecho. Y es lógico.
Hizo lo que pudo el técnico con un plantel al que encontró muy bajo en todos los órdenes posibles. Acaso el punto más emblemático se haya visto en la previa a la revancha contra Atlético Mineiro: cuando Gallardo estuvo seguro de sus equipos siempre eligió aislarse del contexto antes de los partidos decisivos. Se instalaba en Cardales, alguna vez en Pilar. Esta vez, con la convocatoria a aquel banderazo multitudinario, el Muñeco ya daba a entender que faltaban argumentos, que había agotado algunas instancias internas en la urgencia y que esta vez, al revés de lo que sucedía en su primera etapa, la gente era la que debía hacer creer a los jugadores. Un gesto revelador, casi una confesión, fue recurrir a factores externos, algo que de hecho ocurría en la vereda de enfrente (charlas motivacionales con sobrevivientes de la tragedia de los Andes, la invitación a campeones de la Intercontinental 00, entrenamiento a puertas abiertas en la Bombonera antes de la final de la CL) y que daba cuenta de la falta de confianza que generaban los propios equipos de Boca antes de emparejarse con los mejores River de MG. Esta vez fue River el que se vio en ese lugar.
En cualquier caso, la tranquilidad que deja Gallardo es que conoce perfectamente de qué van los déficits que tiene River y también que no se esconde, que da la cara (no cuesta mucho recordar que después de la bochornosa eliminación con Temperley, en el mismo estadio en el que cayó el equipo este jueves, el único que habló fue Milton Casco), que no esquiva sus responsabilidades. El crédito infinito lo tiene ganado, así como la expectativa que despierta lo que pueda hacer después de una ansiada pretemporada y de un mercado de pases que deberá ser estructural para que el tren reanude su marcha desde cero.
Marcelo Gallardo, en la derrota ante Independiente Rivadavia. Foto: Ramiro Gomez
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