Esta jornada, un día no laborable en el calendario nacional, recoge algunos eventos previos a la crucifixión de Jesús, que se conmemora en Viernes Santo
El Jueves Santo, al igual que los otros días de Semana Santa, narra los últimos días de Jesús en la Tierra
Hoy es Jueves Santo y muchos se preguntan qué significa y por qué se celebra esta jornada, asociada a la Semana Santa que actualmente transitamos.
Al igual que los otros días de este período, que culmina el Domingo de Pascua de Resurrección que será este 31 de marzo, esta fecha conmemora episodios bíblicos asociados a los últimos días de Jesús en la Tierra. Por la importancia de esta fecha, la jornada es un día no laborable en el calendario nacional, lo que significa que la situación en los puestos de trabajo queda a criterio del empleador.
La Biblia cuenta que ese día coincidió con la celebración de la Pascua judía, que tanto Jesús como sus discípulos iban a celebrar. Cuando los 12 seguidores más cercanos de Jesús le preguntaron dónde celebrarla, él ya tenía la respuesta, contenida en una profecía, según cuenta el Evangelio según San Lucas: “-Miren —contestó él—, al entrar ustedes en la ciudad les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre y díganle al dueño de la casa: ‘El Maestro pregunta: ¿dónde está la sala en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’. Él les mostrará en la planta alta una sala amplia y amueblada. Preparen allí la cena”.
Como esperaban los discípulos, las palabras de Jesús se cumplieron y los 12 prepararon la cena como les había indicado su Maestro. Al momento de sentarse, San Lucas cuenta que el adorado como Hijo de Dios les dijo: “He tenido muchísimos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer, pues les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su pleno cumplimiento en el reino de Dios”.
Estas palabras se referían a la profecía mencionada, según la cual aquella Pascua sería la última que él pasaría en la Tierra. Aquel a quien sus seguidores llamaban Mesías realizó entonces la acción que dio comienzo al ritual de la Eucaristía: “Luego tomó la copa, dio gracias y dijo: ‘Tomen esto y repártanlo entre ustedes. Les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios’. También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí’. De la misma manera, tomó la copa después de cenar y dijo: ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes’”.
El Evangelio según San Mateo narra que más tarde, en plena comida, el adorado como hijo de Dios hizo un anuncio que dejó a sus seguidores pasmados: “Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar”. Jesús estaba al tanto del acuerdo de Judas, tal como se lee en este Evangelio: “Llegada la tarde, [Jesús] se puso a la mesa con los 12 discípulos, y mientras comían les dijo: ‘En verdad les digo que uno de ustedes me entregará’. (…) Tomó la palabra Judas, el que iba a entregarle, y le dijo: ‘¿Acaso soy yo, Rabí? Y él respondió: ‘Tú lo has dicho’”.
Después de la cena, ocurrió uno de los momentos más singulares del Nuevo Testamento, que fue el instante de duda que tuvo Jesús en el huerto de los olivos, también llamado de Getsemaní, donde el hijo de Dios para los cristianos fue con algunos de sus apóstoles y mostró su costado más humano al inquirir a su Padre si era posible que no se llevara a cabo su crucifixión.
El Evangelio según San Mateo narra esta escena: “Entonces vino Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y les dijo: ‘sentaos aquí mientras yo voy a orar’. (…) Comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: ‘Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Y adentrándose un poco, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como tú quieres’”.
Al aceptar su destino inminente, se juntó nuevamente con los discípulos y dijo: “Dormid ya y descansad, que ya se acerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos, ya llega el que va a entregarme”. Mientras hablaba, apareció Judas, a quien antecedía, oculta, una gran turba compuesta por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. A este grupo le había dado una señal que se convirtió en una referencia de la cultura occidental: debía besar a Jesús para señalar su identidad y que pudieran detenerlo.
Entonces, se acercó a Cristo, quien luego de recibir el beso de la traición, le dijo: “Amigo, ¿a qué vienes?”. Acto seguido, aparecieron sus detractores y lo detuvieron. En ese momento, uno de los que estaba con Jesús tomó una espada e hirió la oreja de uno de los agresores, a lo que el profeta le contestó con otra frase memorable: “Vuelve tu espada a su lugar, pues quien toma la espada, a espada morirá”. Convencido de que su sufrimiento era necesario para cumplir la profecía, se entregó a sus captores para ser juzgado y crucificado, lo que se recuerda en el Viernes Santo.