martes, 2 septiembre, 2025
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La extraña idea de combatir a la casta de la mano de los Menem

Los Menem son un fenómeno transgeneracional. Tuvieron su pico de exposición en los festivos años 90 con Carlos Saúl en la Casa Rosada y su hermano Eduardo en el Senado, se llamaron a silencio en los 2000, cuando el recuerdo de una década de corrupción se les volvió en contra, y ahora, a un cuarto de siglo de abandonar el poder, volvieron a brotar como hongos tras la lluvia. Esta vez es la segunda generación de Menem, los que por edad no llegaron a tener un rol destacado en la era de la pizza con champán. Son Martín, el hijo de Eduardo y presidente de la Cámara de Diputados, y su primo “Lule”, mano derecha de Karina Milei en la Secretaría General de la Presidencia. Además está Sharif, el sobrino de Martín y niño mimado de la hermana de Milei, y Adrián, otro de los hijos de Eduardo que, aunque carezca de cargo formal, frecuenta los pasillos de la Casa Rosada.

El problema evidente es que esta acumulación de Menem se da en un gobierno cuyo líder asegura que vino a combatir a la casta y a desterrar los viejos vicios y negociados de la política. El plan no podía salir bien. Casi por una cuestión genética.

Primero fueron las denuncias que señalaban que las dependencias del Pami y la Anses en el interior del país se usaban como caja política de los candidatos libertarios en cada distrito, con empleados que acusaban a sus superiores por los “diezmos” que les descontaban de sus sueldos. Luego llegó el caso de la licitación por 4.000 millones de pesos que el Banco Nación le otorgó a una firma de los Menem, Tech Securiy SRL. Y ahora aparecen los audios de las coimas en los que -otra vez sopa- se acusa a “Lule” como presunto recaudador informal entre los laboratorios y a Martín por sus vínculos con la droguería Suizo Argentina, canalizadora de los supuestos sobornos.

De hecho, tanto “Lule” como Martín suenan como los posibles fusibles para descomprimir la crisis del Coimagate.

El gran interrogante, en todo caso, es por qué la hermana del Presidente eligió rodearse de los nuevos Menem para encarar la gestión del Gobierno, que recae sobre sus espaldas. ¿Buscaba el “know how” para recaudar por izquierda? ¿O creyó realmente que los riojanos de segunda generación podían ser partícipes de la renovación política que en público -y cada vez con mayor esfuerzo- pregona su hermano Javier?

Con el diario del lunes, está claro que los Menem solo les trajeron problemas a los Milei. Y si hace pocos meses, cuando se estrenó la exitosa serie sobre el ex presidente en Prime Video, el apellido pareció recuperar cierta resonancia cool, los escándalos posteriores volvieron el asunto a foja cero. Hoy, otra vez, el apellido capicúa aparece emparentado a la corrupción en el Estado, como cuando Martín, en su juventud, lo escondía y usaba el materno para que no lo señalaran en público.

Ser un Menem ya no es algo cool. Al contrario, es sinónimo de escándalo.

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