viernes, 18 julio, 2025
InicioEspectáculosLiliana Porter: una "Travesía" que indaga en lo profundo de sus símbolos

Liliana Porter: una «Travesía» que indaga en lo profundo de sus símbolos

La artista argentina Liliana Porter (1941) presenta “Travesía”, exposición que pone el acento en la producción gráfica y los aspectos conceptuales de su obra, curada por Agustín Pérez Rubio. Radicada desde la década del 60 en Nueva York, Porter regresa justo cuando se cumplen diez años desde que el Malba mostró “El hombre con el hacha y otras situaciones breves”. Una conmovedora tragedia interpretada por pequeños personajes, muñequitos y diversos objetos descubiertos en mercados de pulgas, casas de antigüedades y souvenirs y elegidos por su poder de comunicación.

Sin embargo, la muestra actual es compleja, aborda temas como la memoria y el tiempo. “Travesía” se aleja de la contundencia narrativa y la teatralidad del hombre con el hacha que rompe todo a su paso y, que cuando llegó a la Bienal de Venecia, como bien definió la crítica, refleja un mundo que necesita ser narrado de nuevo y que, “por eso Porter lo quiebra, lo desordena, lo asalta incluso…”

Desde el doble retrato del banner que cruza el paredón de ingreso al Malba, representativo de una “Travesía” de 40 años, la artista expresa con sensibilidad, pero también con humor, sus ideas sobre el inapresable misterio de la existencia. Allí, en una foto tomada en 1973 está el rostro bello y juvenil de Porter. Ella le superpuso entonces un dibujo, un rectángulo que comienza por rodear su ojo y continúa sobre la pared.

Este extraño desvío de la línea que pasa del rostro a la pared, sorprende al espectador. Es un pequeño detalle, pero hay que prestarle atención. El rostro y la pared son dos soportes muy diferentes, pero equivalentes para este dibujo. De este modo, sin dejar de ser una excelente grabadora, Porter pasó a ser una artista conceptual. En el año 2013, adelante de ese rostro juvenil, agregó una foto con sus rasgos actualizados y el pelo blanco. La fotografía se convierte así en una reflexión sobre el tiempo. Y el dibujo de aquel rectángulo que terminaba en la pared, continúa ahora sobre el nuevo retrato y le encierra el ojo izquierdo. Es apenas una línea, pero allí están el pasado y el presente, la confrontación de tiempos distintos. El ayer y hoy de la nueva foto plantean el dilema filosófico sobre la distancia y la cercanía. “Una distancia pequeña no es ya de por sí cercanía. Una gran distancia, no es aún lejanía”, planteó Martin Heidegger.

Al ingresar a la muestra, el espectador que observó la foto del banner, intuye que en el recorrido de la muestra la artista lo inducirá a confrontar las dudas existenciales sobre su propia travesía y la de la humanidad.

En 1964, Porter conoció a Luis Camnitzer y a José Guillermo Castillo, juntos fundaron el New York Graphic Workshop. Al parecer, entre ellos el nivel de autocrítica era “feroz”. Y así, sin concesiones, llegaron a la conclusión de que el grabado estaba “demasiado encerrado en la técnica, olvidándose de las ideas o nuevas propuestas”. En el comienzo de esta trayectoria, la producción que exhibe la muestra se encuadra dentro de los parámetros del arte político, como los retratos de Gandhi. Luego, sobreviene un cambio abrupto.

Las ideas de Porter imprimen una identidad inconfundible a sus obras. Los juegos conceptuales cargados de sofisticación e ironía llegaron al MoMA y consolidaron su fama internacional. Valorados por jerarquizar la gráfica, Porter, Camnitzer y Castillo dictaron clases en Nueva York. Poco después crearon un taller-escuela de verano en Italia. Y la muestra del Malba es simultánea a la del Museo Nacional de Bellas Artes curada por la investigadora Silvia Dolinko, que pone el foco en ese período (1964-1970) y cuenta la historia de esa genuina revolución.

Al ingresar a las salas del Malba se encuentra “Arruga” (1967-68), obra que brinda visibilidad a la espontaneidad del gesto: arrugar un papel y tirarlo hecho un bollo. La contemplación de un muro empapelado con grabados junto al despliegue de papeles arrugados en el piso, suscita sensaciones ambiguas. Para comenzar, se piensa en el descarte. Después, varias “arrugas” rescatadas del destino de destrucción y prolijamente enmarcadas, hablan del camino dificultoso del arte. Camino que, cotejado con el de la vida, se reitera hasta el fin del recorrido.

Desde Buenos Aires a Nueva York y de Borges a Emerson, Porter descubre que “los objetos pequeños y humildes sirven tanto como los grandes símbolos…”, Según Emerson, “Estamos lejos de haber agotado el significado de los pocos símbolos que usamos”.

Con la multiplicidad de técnicas como la fotografía, el dibujo y la pintura; las instalaciones, videos y performances, Porter, ligada al cine por la herencia de su padre cineasta y a la literatura por su familia y, sobre todo, por su propia vocación, disfruta contando historias. Para relatarlas trajo desde Nueva York un elenco de personajes que las interpretan. Allí está el hombrecito que ha pintado de azul la superficie desmesurada de una pared y realiza una tarea que excede a sus fuerzas. Y pequeñita, la barrendera con su escobillón encara la inmensa marea de platos rotos que tiene por delante. La cantidad supera largamente su capacidad.

Es tan excesiva como las lanas que se entrecruzan por la sala y sobrepasan las posibilidades de trabajo de la diminuta tejedora. Nadie escapa al intento de interpretar estos fenómenos de escala, la razón de ser de los trabajos forzados se ofrece a la comprensión. “Me interesa la simultaneidad del humor y la aflicción, lo banal y la posibilidad de sentido”, confirma Porter. Y reconciliado con estos sentimientos desencontrados, el espectador se va del Museo con una sonrisa.

Más Noticias