jueves, 5 junio, 2025
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Ni una menos con la heladera vacía. Violencia económica y maternidades solas

Este 3 de junio se cumplen diez años del primer “Ni Una Menos”. Una década desde aquel grito colectivo que denunció los femicidios y la violencia machista, y que al mismo tiempo abrió camino a una agenda más amplia: la de todas las violencias que atraviesan nuestras vidas por el solo hecho de ser mujeres.

Entre esas violencias, hay una que sigue siendo invisibilizada por el sistema judicial, desestimada por buena parte de la sociedad e incluso naturalizada dentro de los vínculos familiares: la violencia económica. Y dentro de ella, una expresión cotidiana y brutal: el incumplimiento de la cuota alimentaria.

Criar en soledad no siempre es una elección

Muchas mujeres eligen maternar solas. Pero la mayoría no elige hacerlo sin apoyo, sin corresponsabilidad, sin recursos. En Argentina, según datos del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, 7 de cada 10 hogares monomarentales no reciben el pago regular de la cuota alimentaria.

Esta cifra se confirma con el primer informe sobre incumplimiento de la obligación alimentaria en la provincia de Buenos Aires (2022), que sostiene que el 66,5% de las mujeres encuestadas no reciben la cuota o solo la reciben eventualmente. En otras palabras, son las mujeres las que asumen en exclusividad la manutención y el cuidado.

Esta situación es, lisa y llanamente, violencia económica y patrimonial, tal como la define la Ley 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Y como tal, es una cuestión pública, que involucra al Estado, al Poder Judicial y a toda la sociedad.

La pobreza también tiene género

La desigualdad se traduce en números que duelen: según la Encuesta Permanente de Hogares, el 26% de los hogares monomarentales perciben ingresos por debajo de la línea de pobreza. Son alrededor de 1.600.000 mujeres que están al frente de estos hogares sin la presencia del progenitor. En total, más de 3 millones de niñas, niños y adolescentes viven en hogares monomarentales en Argentina.

Estas jefas de hogar trabajan más que el total de las mujeres en promedio. Asumen el doble turno de la crianza en soledad, muchas veces en condiciones de empleo precario, sin seguridad ni derechos laborales. Además, según el INDEC, mientras que los varones dedican en promedio 3,3 horas diarias al trabajo de cuidados, las mujeres destinan 6,07 horas, casi el doble.

Y como si todo esto no bastara, la carga mental que implica sostener sola la vida cotidiana —económica, logística, emocional— afecta gravemente la salud física y mental de las mujeres.

La abnegación también es violencia

Socialmente se espera que las madres lo puedan todo. Que trabajen, críen, acompañen en la escuela, cocinen, cuiden, paguen el alquiler y lleguen siempre con una sonrisa. Esta abnegación femenina es en realidad un trabajo no remunerado que tiene consecuencias económicas y sociales profundas. Limita la autonomía, empobrece, excluye.

Además, se castiga a la que reclama, se desprecia a la que exige, se cuestiona a la que denuncia. Se romantiza la entrega como si fuera virtud, cuando muchas veces es pura supervivencia.

No pagar la cuota alimentaria no es un descuido. Es un acto deliberado de violencia con consecuencias directas: menos comida, menos salud, menos oportunidades, más agotamiento. Pero también menos tiempo libre, menos estudio, menos descanso, menos sueños.

Los mitos que sostienen la impunidad

La violencia económica se reproduce en discursos sociales legitimados. “No paga porque no lo dejan ver”, “es mucha plata y no tiene trabajo”, “la madre la usa para ella”, “si él los tiene más tiempo no tiene que pagar”. Estos mitos desvían el foco del verdadero problema: un padre que elige no hacerse cargo.

Nadie discute cuando el Estado embarga un sueldo por deber impuestos. Pero cuando una mujer reclama alimentos para sus hijos, todo se pone en duda. Se la expone, se la culpa, se la revictimiza.

Emergencia de género: ajuste y retrocesos

Con el gobierno de Javier Milei, se desmantelaron el 90% de las políticas públicas destinadas a mujeres y diversidades. El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad fue vaciado, se eliminaron programas clave de protección y promoción de derechos.

En ese contexto, la situación de las madres solas se agrava: la brecha salarial de género entre varones y mujeres pasó del 21% al 26,3%, profundizando las desigualdades estructurales. Además, según la CEPAL, el 60% de los hogares monomarentales destina más de la mitad o casi todos sus ingresos al pago de deudas o atrasos, y el 70% toma crédito para comprar comida o medicamentos.

El abandono paterno no es un caso aislado ni un conflicto entre partes. Es una violencia colectiva sostenida por el Estado, el mercado, la justicia y el sentido común.

Lo personal sigue siendo político

Hace diez años dijimos “Ni una menos” por las que no volvieron.

Hoy decimos también:

  • Ni una menos criando en soledad.
  • Ni una menos con la heladera vacía.
  • Ni una menos sosteniendo tres trabajos y la olla en el fuego.
  • Ni una menos con trabajos precarizados y salarios de hambre.
  • Ni una menos sin derecho a jubilación.
  • Ni una menos sin justicia, sin ayuda, sin red.

Las luchas de las mujeres son socialmente trasversales, la violencia que no se combate se reitera en todos los ámbitos y a lo largo de toda una vida. Invisibilizar este tipo de violencia es complicidad. Este 4J, se unen las luchas y se combate en las calles.

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