Sale a la calle, se para en la vereda para hablar con amigos y no pasan dos minutos hasta que aflora el primer “¡Grande Osvaldo!” desde el vozarrón de un colectivero de la línea 128. No es algo casual: le sucede todos los días a Osvaldo Príncipi, mucho más que un crítico de boxeo, como le gusta que lo califiquen. Traspasó barreras. Cobijó sus sueños desde aquellos años de niño y adolescente en su Mercedes natal, a unos 96 kilómetros de Buenos Aires, sentido Oeste.
Osvaldo es famoso. Aquí, allá y en cualquier rincón de Argentina. Su tono de voz cautiva a muchos. No son pocos los que piensan, suponen, que imposta su voz en el relato por TV, al borde del ring. Pero cuando cruzan palabras con él -porque habla con todos- advierten que es su manera, su tono. Es Príncipi. Siempre.
Meticuloso, amante de los archivos, partidario de documentar casos resonantes de su carrera, su hogar guarda una porción de la historia en cada rincón. Fichas propias, fichas de historiadores o compañeros que ya no están, como José “Pepe” Cardona o el inefable Julio Ernesto Vila, su coequiper durante décadas, componiendo una dupla con estilo, respetada y escuchada. Principi es un apasionado del boxeo y uno de los mejores periodistas en la materia.
El primer ambiente de su casa es una suerte de Museo Polifacético Rocsen, de Mina Clavero, pero con todos elementos de boxeo. Allí hay guantes originales de pugilistas como Goyo Peralta; guantes de souvenir con firmas de Mike Tyson, Mano de Piedra Durán, Nicolino Locche; vendajes de la última pelea de Carlos Tata Baldomir, de Carlos María Giménez y de Manny Pacquiao. Más fotos, afiches, réplicas de cinturón de campeón, VHS de peleas históricas, libros, más alguna foto de Estudiantes de La Plata, su otra pasión. Aunque lejos de lo que le provoca el deporte de los puños, el arte de la defensa, como lo denominan algunos.
“Este es el trofeo más valioso que tengo: es el que le tiró Monzón a Vila”, dice, mientras exhibe, orgulloso, un guante rojo de la marca Corti.
–Contanos del guante de Monzón.
-Ese guante… Vila va a México y le trae unos guantes de marca Reyes a Monzón. Alicia Muñiz, su mujer, le pagó con un dólar que estaba roto. La esposa de Vila se enojó y Julio lo encaró a Monzón. “¿Vos te creés que yo tengo tiempo para venir? Y encima me pagás con un dólar roto”. Monzón le respondió: “Pero la Alicia no se dio cuenta”. Discutieron. “No vengo nunca más acá”, le tira Vila. Monzón lo putea, agarra ese guante y se lo tira cuando estaba subiendo al ascensor. Vila lo esquiva, lo agarra y se lo va a devolver. Monzón le dice: “Te lo regalo, es el guante de Bennie Briscoe”, de la pelea en el Luna Park en 1972, el día que miraba el reloj del estadio luego del golpe del estadounidense que lo había conmovido. Cuando Vila fallece, me llama Adriana, la mujer, y me lo da.
–¡Qué historia!
–Adriana tenía también los guantes de Víctor Galíndez-Richie Kates, la pelea famosa de la sangre. Galíndez se los había regalado a Miguel Ángel Castellini y Castellini a Vila. Muerto Vila, yo recibí los dos guantes. Lo llamé a Castellini y se los devolví. “Son tuyos”.
Seguimos transitando la casa de Osvaldo. En el fondo, en un quincho, cuelga la bolsa de boxeo donde se realiza parte de la sesión fotográfica, con guantes y todo. Volvemos al living. “Ya pasó media hora y todavía ni empezamos”, tira el entrevistado, mientras prepara una rueda de café. Vuelve a sus tiempos de Mercedes…
“Mi padre (Emilio Príncipi) era herrero-carpintero y mamá (Elena Bonnet) ama de casa, profesora de mecanografía. Se retiró cuando la obligaron a afiliarse al partido peronista. Fue una linda infancia. Cursé en el Colegio Nacional 8 Florentino Ameghino. Estudié inglés y rendí en la Cultural Inglesa de Buenos Aires. Nunca di un final bien, pero rendía. Y a partir de 1972 empecé en la radiodifusora local Oral, Música, Hogar. En febrero leí mi primera noticia: que Carlos Monzón viajaba a Roma a pelear con Denny Moyer. Oscar Pozzi, dueño de la radio, llamó a mis padres para decirles en qué andaba, que yo era un niño (15) y que me iba a respaldar.
–¿Pero por qué te vinculaste con el boxeo?
–No sé. Vengo de una casa de fútbol, de Estudiantes, y de Turismo Carretera. Consumía mucha radio y LA NACION. Leía todo. En LA NACION siempre me detenía en las notas de boxeo. Yo pensaba que el boxeo no se transmitía por radio. Y una noche descubrí que la pelea de Acavallo se transmitía por radio y ahí empecé con el boxeo. Y Locche-Fuji (1968) fue un llamado de atención para mi. Yo recortaba todo y lo pegaba en cuadernos. Y después, con Monzón-Benvenuti, en 1970, ahí dije: “Este deporte es el mío”. Y empecé a coleccionar más cosas de boxeo que del resto de los deportes. Y fuimos a ver Monzón-Griffith en el 71 al Luna Park a la popular, con mi papá y unos vecinos.
–Y te subiste al ring como boxeador también, ¿no?
–Me subí al ring. El 10 de noviembre del 72, en Bragado. El día anterior a Monzón vs. Briscoe en el Luna Park. Tenía 15 años. Fue con el zurdito Néstor Lencina. También peleé con el hermano, Eduardo, en 25 de Mayo. Hice cinco peleas. La única que no perdí fue en Mercedes. No gané nunca, pero al menos empaté una.
–¿Y qué tipo de boxeador eras?
–Huidizo, buenas piernas. Con línea, jab y rajador. Un elegante rajador. Mucha izquierda y de tanto en tanto tiraba la derecha. Mi mejor golpe era el uppercut. Se lo pegué una vez al zurdo Lencina, lo moví y no podía creer lo que había hecho. Suficiente.
–¿Tu mentón?
–Abandoné en el round posterior. Siempre esperé el momento de la derrota. Y haber sido perdedor me ayuda muchísimo. Yo te leo a los boxeadores. Un round y me doy cuenta de si tal boxeador está para ser campeón del mundo, para ganarse la guita o para buscar el rincón donde va a tirarse cuando le peguen en un codo. Mi condición de perdedor fue un curso velocísimo para detectar para qué sube un tipo al ring.
–Lo detectás.
–Lo detecto. Y creo que eso forma parte del trabajo del boxeador. Por eso, un periodista no puede exigirle a alguien que está para un título del mundo lo mismo que a un sobreviviente que busca rebuscársela, tomar esto como oficio, dar un poco de espectáculo y llevarse el mango a la casa. Uno tiene que marcar las diferencias en las exigencias. Saber para qué pelea cada uno. El boxeo es un deporte, un espectáculo y un trabajo, pero se juzga más como espectáculo que por deporte en sí. Tomás el caso de Omar Narváez: ganaba los 12 rounds de sus peleas y las críticas no eran elogiosas, lo cual es una gran contradicción.
–Su trabajo lo hacía bárbaro.
–Ganaba los 12 rounds y se preocupaban por el espectáculo. Preocupate por el albañil que está en el piso 42 a la calle y vuelve a la casa con 22.000 pesos en el bolsillo. No todos los boxeadores tienen la misma obligación.
–Vamos a tus primeros tiempos del Luna Park.
–¡Ojalá pudiese tener en líneas aéreas las horas que tengo en ferrocarriles argentinos! Mercedes-Moreno, trasbordo, Moreno-Once. Subte. Ya cruzando Carlos Pellegrini se olfateaba ese gimnasio. Abría a las 12 y mucho antes te encontrabas boxeadores en los alrededores. El aprendizaje fue duro físicamente, pero era una fiesta. La música de los punching ball cuando entrabas a la 1. De 1 a 2 se entrenaban los campeones: Horacio Saldaño, Abel Cachazú, Víctor Echegaray. Carlos Monzón entraba un poco más tarde. Veías a todos. Mi primer reportaje fue al pesado Alfredo Porzio. ¡Pésima nota! No le pregunté nada de su experiencia en los Juegos Olímpicos de París 1924, donde logró el bronce.
–¿Y tu relación con Julio Ernesto Vila?
–En el 72, con 15 años, ya me carteaba con Vila. Todo era así: carta va, carta viene. En el 74 se cansó: “Pibe, vení para el Luna Park, tus cartas son insoportables, no tengo TIEMPOOOOOOOOO”. Vila trabajaba en radio Belgrano, en “Bajo las luces del ring”. Bernardino Veiga, Ulises Barrera y Vila, y trabajaba con Riverito en “la danza de la Fortuna”. Voy al gimnasio del Luna. Vila me había dicho que preguntara por Mollo, un señor no vidente. Ernestina de Lectoure, la dueña, siempre le daba trabajo a los ciegos porque Pepe Lectoure, el marido, murió ciego. Tenía debilidad por los ciegos. Lo encuentro a Mollo. Me dejan entrar. Tenía mi grabador amarillo que llamaba la atención. Parecía un colado. Ahí arranqué, en 1974.
–¿Y con Monzón cuando hablaste?
–La segunda vez que fui. Ya se venía Monzón-Mundine. Porque Monzón se queda mirando mi grabador amarillo (se levanta a buscarlo). Le llama la atención y se acerca. Le digo “Carlos, ¿le puedo hacer una nota?”. Me responde “Sí, sí. ¿Por dónde se habla?”. Un Panasonic que compró mi papá en Paraguay abrió mi relación con Monzón. Nunca me negó una nota. Lo mismo Galíndez. Bonavena sí, no me respondió. Pero dicen los hermanos que había que tirarle una moneda porque hacía “la estatua viviente”. En el 74, le pregunté si le podía hacer una nota y no se movió. ¡Era la estatua viviente! Había que tirarle la moneda, como en la calle Florida.
–¿Monzón era jodido? Eso decían.
–Monzón era un tipo que le daba mérito al que lo merecía. Sabia distinguir al trabajador del chanta. No era ningún boludo. Era muy selectivo del que se acercaba a él. No por interés, sino el que merecía. Tenía olfato para los chantas.
–¿Quién fue Monzón en la historia argentina?
–Fue un personaje fantástico. La ficción de Otelo es la realidad de Monzón. Un tipo que se superó solo, resistido hasta en su superación social. Todos anduvieron detrás de él y él nunca anduvo detrás de nadie. Nunca le dedicó una victoria a un presidente: se la dedicaba a Santa Fe y al pueblo argentino. Todos los presidentes lo quisieron tener: Perón, Cámpora, los militares, y no pudieron. Fue bruto por naturaleza porque no tuvo instrucción y se fue puliendo hasta lo que pudo. Era su manera de ser y de hablar, puteando siempre. Su vocabulario. Era bruto, torpe. Y lo deduzco, porque jamás formé parte de su intimidad.
–¿Era popular?
–Monzón tuvo una eyección tremenda en la década del 70, donde entre los fabulosos 4 no había un jugador de fútbol. Eran Guillermo Vilas, Carlos Reutemann, Roberto De Vicenzo y Monzón. Hasta que llega el Mundial 78 y aparece Mario Kempes, que es casi un producto de los 80. Monzón no era popular. Nunca fue popular: fue bueno. El ídolo era Nicolino Locche, al que se le perdonó todo. O Justo Suárez. Monzón fue el mejor con Pascual Pérez. Era el más importante, no el ídolo, no el boxeador del pueblo.
–Transmitía seguridad.
–Para mi fue el deportista que más seguridad de victoria le dio a la gente. Monzón dio más seguridad sobre un ring que la selección de Bilardo con Maradona. Esa es mi sensación. Y creo que el último tiempo, en la soledad del campeón retirado y el enamoramiento que tenía por Alicia Muñiz…
–Un final violento. ¿Cómo analizás el asesinato de su ex pareja?
–Fuimos al reencuentro con Nino Benvenuti en mayo del 87 a Italia. Él le compraba todo, quería volver con ella. Falló la cabeza en un hombre violento. Analizo el final de Monzón con una definición muy poco política: digo que cuando estalla la cabeza en un humano, no hay control. Porque si hay algo que dominaba Monzón era su cabeza. Y le estalló, no tengas dudas. Monzón jamás hubiese participado de lo que finalmente participó pudiendo pensar. Soy un agradecido y un admirador de Monzón. No me tiemblan las piernas por decirlo en público. Y me parece una vergüenza que, cuando se habla de los mejores deportistas de todos los tiempos, a Monzón se lo excluya, que se lo analice por el final de su vida y no por su obra deportiva.
–Tenés una foto con él en tu wasap. ¿Por qué?
–Un agradecimiento, me ayudó siempre. Desde el grabador amarillo, cuando fuimos a Italia, los reencuentros con Benvenuti. Traté de retribuirlo. Cuando fue preso, no quedó casi nadie. Sólo quedó la gente del bar La Cuyanita y Roberto Rimoldi Fraga. Ellos nunca salieron en un reportaje. El 80 por ciento de los que hablan de Monzón no tuvieron idea de él ni lo conocieron, son figurettis. Muchos empezaron a hablar de él y a contar anécdotas cuando se murió. Hablan porque está muerto. ¡El respeto que causaba! Entraba Monzón y cambiaba el aire. Monzón y Maradona cambiaban el aire de manera distinta. Maradona era más cálido, era más fácil acercarse a él. La imagen de Monzón imponía la duda de “me acerco o no me acerco”. Tyson lo admiraba.
–¿A Monzón?
–Sí. En 2011 viene al Bailando. Vamos con otros periodistas de LA NACION a hacerle una nota. El aroma a marihuana en el vestuario era insoportable. Tyson estaba de malhumor. Le mostré mis credenciales de algunas de sus peleas para entrar en confianza. Hablamos mucho de Monzón. Lo admiraba. Lo invité a ver el monumento de Firpo en Recoleta, me dijo que no podía. Terminamos la nota. Me voy y me manda a buscar cuando ya estaba en la calle. Tyson entendió que en Recoleta estaban los restos de Monzón y quería ir a ponerle unas flores. Le aclaré que los restos de Monzón estaban en Santa Fe, pero que si quería ir a ver lo de Firpo lo acompañaba. Entonces no fue. Pero costó esa nota, no tenía ganas. Después, con lo de Monzón y Firpo se aflojó. Me sorprendió algo que le molestó: cuando le pregunté si se sentía como el nuevo Jack Johnson, el primer campeón mundial negro de los pesados y odiado por los blancos. No le gustó la pregunta.
–¿Sabés cuantas peleas cubriste por título mundial?
–Yo llamo cubrir a estar al lado del ring. Debo orillar las 200, considerando las femeninas también. El primer Mundial que trabajé fue Corro-Harris, haciendo vestuario, en 1978. Viajo por primera vez en 1981.
–¿Y a Las Vegas cuantas veces fuiste?
–Treinta. Y unas 20 a Nueva York. Y el año pasado cumplí un viejo sueño: estar en el Polo Grounds. Haber estado ahí haciendo notas y que te digan “se cree que acá los fotógrafos agarraron el cuerpo de Jack Dempsey”, me hizo resucitar. Pasaron 100 años.
–Trabajaste con ilustres del periodismo de boxeo: Ricardo Arias, Ulises Barrera.
–El que más distancia imponía era Ulises Barrera. Me cortó la relación de golpe por mi aparición en Tinelli. ¿Por qué entro en canal 2? Si iba Barrera, Arias no iba. Con Horacio García Blanco podía ir, pero le gustaba ir solo. Barrera no iba con Caffarelli, ni con Arias ni con García Blanco. A García Blanco no le gustaba ir con Barrera, aunque si tenía que ir, iba. Un día lo llama Luis Foppoli a Irusta Cornet y le dice: “Estos tipos me rompieron las pelotas. Vamos a jugarnos una. Con éste (por mi) nos está yendo bien en las peleas grabadas. Vamos a darle una chance. Y me mandaron a Donald Curry con Milton McCrory en el Hilton. Diciembre del 85. Anduve bien. No la largué más. Pero ese fue el tema. El divismo que tenían los divos entre ellos.
–Lo de Barrera es increíble, que no te hable más.
–Una vez me acerqué y se corrió. Nunca supe por qué. Lo asocio a que fue por VideoMatch porque él empezó a hablar tipo “Mirá a quién traen a relatar: a un tipo que se tira del tiragoma”.
–¿Arias era más tranquilo?
–Era áspero. Pero así como Vila es mi mentor, quien me disciplinó fue Ricardo Arias. Trabajé con él entre 1977 y 1980. Dejé de trabajar porque llegué a una transmisión sólo media hora antes y no me dejó salir al aire. Ese día peleó Mario Guillotti, que le sacó el Nacional a Tito Yanni. Me castigó. Dije “Esto no lo banco”. Fue de las cinco decisiones más importantes de mi vida. Renuncié.
¿Sabés como ingresé en Entre Las Sogas? Al doctor Nelson Castro, que trabajaba en “La Peña del Camionero” y hacía boxeo, le sale la residencia en un hospital. Lo fui a ver a Arias. ¿Sabés lo que era ver la cara de Ricardo Arias? Era la imagen de Entre las Sogas, de Canal 13, de Galíndez-Richie Kates. Era lo máximo. Hoy no hay un referente con semejante imponencia. Me toman un mes a prueba para estar en los estudios. Un mes a prueba. Después Arias se empezó a pelear con sus compañeros, hice el vestuario 2, después el 1. Increíble.
// // //
Príncipi, en pareja con Inés y con una hija (Lisa), no es sólo boxeo. Es el atractivo que genera en su contacto con la gente. Irradia afecto, sonrisas.
–Existe un Osvaldo personaje. ¿Qué te pasa con la gente en la calle? No pasás inadvertido, hay un particular afecto con vos.
–Siempre respondo, es una manera de decir muchas gracias por el reconocimiento. Yo saludo a todo el mundo. No me manejo por las redes, me manejo por la calle. Me paran y si es un tiempo prudente, yo respondo a todo, incluido el boxeo. El periodista representa a la gente. No me metí en el periodismo para aparecer en TV: me metí para trabajar en algo que me gustara, pero representando a la gente. No represento ni al promotor, ni al productor ni al dueño del canal. Represento a la gente, que es a quien debe representar el periodista, más allá de ideologías y de sistemas.
–¿Y cómo se representa a la gente?
–Mi eslogan es fácil: es bueno o no es bueno, digo quien ganó o quien perdió. Y creo que eso te da un seguro de supervivencia. Más allá de la popularidad que pueda tener un periodista, siempre es un actor de reparto del protagonista central, que en este caso es el boxeador. El día que los periodistas se creen más importantes que los protagonistas le erraron al enfoque de la carrera. A mi me gusta que la gente me haga observaciones. Mis mejores observaciones me las hizo gente de la calle.
Aquella nota con Rodolfo Zapata
–Contá algún caso.
–Una vez un tipo me dijo: “Vila es una biblioteca, pero usted también conoce y sabe de boxeo. No se quede tanto, crúzelo más, acompáñelo más, no se quede tan callado”. Se lo comenté a Vila y me dijo: “Tiene razón, vos estás preparado”. Me gusta que la gente me elogie o me observe cosas. Encontrás gente que te dice “Vos relatás como el culo, relator era Osvaldo Caffarelli”. Coincido plenamente. El boxeo mantiene sus tradiciones, están los enamorados de los talentos periodísticos de la vieja guardia. Ulises Barrera hubo uno solo. Coincido. Horacio García Blanco tenía una llegada a la gente única. Coincido. Ricardo Arias, Bernardino Veiga y Caffarelli eran unos relatores de la puta madre, coincido. Yo ni me comparo. Si hago un ranking histórico, no entro en los primeros 15.
–Tenés un don particular para pasar del Osvaldo serio y analítico en una pelea de boxeo al personaje de Vidematch, de Marley, de Cien por ciento Lucha. ¿Cuándo descubriste que podías hacerlo?
–Con VideoMatch. Un día, cuando canté con Tinelli el himno de Italia (tararea), mi hermano Oscar me llamó y me dijo: “Estás arriesgando la carrera”. Y cortó el teléfono. No me lo olvido más. Mi hermano era hincha mío. Pensé: “Yo no estoy mezclando el boxeo”. Acordé ponerle el pecho al programa VideoMatch. Era un trabajo, no había mucho laburo, no se podía desperdiciar ese trabajo. VideoMatch fue presentar a ESPN en Argentina. Yo creo que ni en ESPN conocen la verdadera historia de ESPN. Porque Bob Arum le da a la familia Irusta Cornet los derechos de ESPN para traerlo a Argentina. Entonces, antes de probarlo en un canal abierto, se hace lo de VideoMatch. Que era la síntesis de highlights de ESPN a ver si esos deportes interesaban en Argentina comentados por expertos. Aparecía Henry De Ridder con los deportes raros, Daray comentando Indy Car, el Negro Coccia, que empezó haciendo golf con el profesor Civitarese, Jacubovich hacía básquet, Gonzalo Bonadeo tenis. Era todo una informalidad que…
–Pero tu hermano te dice eso y qué hiciste?
–Tomé nota. Era de las pocas personas a las que le daba bola. Oscar era mayor. Punzante. A veces se fijaba más en lo negativo que en lo positivo.
–¿Y cambiaste algo entonces?
–En el relato, nada. Porque nunca mezclé con el relato. Aunque… Cuando transmití a Julio César Vázquez con Hitoshi Kamiyama, en 1992, fue la única vez que no pude cambiar el chip. Lo felicito al Zurdo y no me olvido nunca más: “Dice mi mujer que no transmitiste como lo hacés vos”. Me quedé mal. Me cagó la noche. El lunes llama Pancho Barroetaveña, el productor del programa Entre las Sogas. “¿Nene qué te pasa? ¿Vos viste como transmitiste el sábado?” Le respondo: “Francisco, ya me cagó la noche Vásquez, ahora usted me dice esto. ¿Qué pasó?”. Y me responde: “No vuelvas a transmitir nunca más así porque parece que estás en VideoMatch”. Esa vez fue la única que no pude cambiar el vocabulario. Y fue verdad. No pude desenchufarlo. A partir de ahí, nunca mezclé. El boxeo lo hacía serio.
–¿Pero cuál es el secreto?
–Yo lo llamo la conversión, que es un cuidado que siempre tuve. El primer adelantado con todo esto fue Vila, con Minguito, el personaje de Juan Carlos Altavista. ¡Increíble! Los tipos que vivimos 24×7 para el boxeo fuimos los que más informalidad le dimos a nuestras figuras fuera del deporte. Era pasar de una profundidad tremenda en la carrera periodística a lo que yo llamo “artista de circo y variedades”. Cobrábamos bajo este último ítem.
–¿Y cuándo paraste con esa conversión?
–Cuando llegó la oferta de Boxeo de Primera. Y dije “Este es el momento de cortarla”. Y VideoMatch ya prescindió de los fundadores, por así indentificarnos. Y fue a buscar los artistas.
–No sólo era VideoMatch: hacías futbol, eras vestuarista de Ritmo de la Noche, los domingos. Otro de los programas de Tinelli, con el tiragoma incluido.
–Claro. Me tocó entrevistar a Maradona. Ja, tengo el reloj de Diego. Sellado en caja, con la aguja de pelota. Y firmado. Me lo regaló él. Yo trabajaba con Maradona, le pasaba Rati Salil en las piernas. El tipo venía a veces con una calentura y yo le decía “Esta gamba peluda”. Y le cambiaba el humor a Maradona. No sólo era con él, sino con otras glorias de esa época: Claudio Gentile, Franco Causio, Harald Schumacher el arquero alemán, Nelinho, Jairzinho, Jean Tigana, Ruben Paz, Antonio Alzamendi, Roberto Cabañas. Viví un tiempo fantástico. Lo disfruto hoy cuando lo recuerdo, pero en ese momento me pesaba porque estaba pensando en lo que iban a decirme cuando saliera con el boxeo desde la Federación. Lo volvían más loco a Vila que a mi. El éxito que tuvo con Minguito fue impresionante, para la gente fue superior al que tuvimos con Tinelli.
–Te divertías relatando en Cien por ciento Lucha.
–Vila actuaba, yo era un tipo simpático. Decían que le tomábamos el pelo a la gente. Jamás tuve un problema. Eran relatos especiales. Iba el carnicero y yo decía “Acá está, el Favaloro del barrio, cómo maneja el bisturí”. La verdad, no me divertía, hoy me divierte ver esas cosas que hacía. Pero ya se acabó. Tengo 67 años y una carrera en la parte final.
–¿Alguno aparte de tu hermano te retó?
–Me acuerdo cuando fuimos a hacer Terry Norris vs. Locomotora Castro en París. Me agarra el productor y me dice: “A Romay le encanta cómo relatás, pero viste, esas cosas que hacés en Tinelli… Te pido por favor que este domingo no te disfraces de nada”. Llego al programa y me dicen: “Tenés que bajar disfrazado de Valeria Lynch”. ¡Me quería matar! Pero lo arreglé: bajé como Horacio Guarany. Todos los demás hacían de mujeres, y yo, de Horacio, interpretando “Si se calla el cantor”.
–Fuiste 30 veces. Hablanos de la noche de Las Vegas. Cuánto de real, cuánto de fantasía.
–Tiene mucha fantasía. La noche de Las Vegas tiene mucho exhibicionismo, no tanta acción, la gente se muestra mucho, se mata con drogas y cada vez tiene menos sexo. Es una noche donde el alcohol y la droga le ganan al sexo. Si para un veterano normal el sexo es como un campeonato del mundo, le digo que Las Vegas hoy está en otra cosa: es ir a una disco a ver un show y salir todo roto. Mucho exhibicionismo, mucho vicio malo, poca seducción y un descontrol, para mi pelotudo. Antes era distinta, más abierta a la seducción. Conozco la noche de Las Vegas, pero con un bolsillo de 50 dólares. Y digo: la noche de Argentina es única. Noquea a la noche oscura de Las Vegas.
El relato de Hearns vs. Shuler
–Debés tener muchas anécdotas de tus coberturas por el interior e internacionales…
–En Concordia, luego de la pelea de Jorge Melián con Ismael Chávez, tuvimos que salir con el comisario Gutiérrez disparando al aire… “El fallo lo dio el pelado”, nos gritaban. Hubo colegas como Silvana Carzetti, en la FAB, y Perasso, en Rosario, que sufrieron agresiones físicas. A mi no llegó ese nivel de ataque, pero me han puteado. No se sabe por qué la violencia. Hay mucha desprotección. Nosotros estamos solos, no tenemos a nadie. En la FAB hay un policía solo. Las cosas que hemos vivido.
–¿Y en el exterior?
–Una increíble fue cuando Tommy Hearns pierde con Iran Barkley en el Hilton de Las Vegas en el 88. Para la industria del boxeo fue una bancarrota. Hearns venía de noquear a Martillo Roldán. Fue un escándalo lo que se armó con los de seguridad. Tiraron un negro de arriba del ring y me pasó raspando…
–Pará, ¿cómo que tiraron un negro?
–Sí. ¿Te acordás de la película Twister, cuando vuela una vaca, cuando se vuela todo? Eso mismo. Voló un negro desde arriba del ring, que se había filtrado supuestamente para pelearse con alguien. Hago cintura, lo puedo esquivar, y cayó al lado mío. Le rompió la consola a Rino Tommassi, el famoso periodista de Canal 5 de Italia. “¡Porca puttana!” (santa mierda), gritaba Rino. ¡Una locura! Esa pelea fue un quebranto para los organizadores.
–¿Y algo menos escandaloso?
–También en 1988, en Atlantic City. Mike Tyson-Michael Spinks. Me toca el ring side al lado de la TV española. Con un comentarista insoportable con las preguntas. Básicas. El tipo no entendía nada de nada. En un momento, se ve que se da cuenta que me estaba fastidiando y me dice: “Disculpa con las preguntas, es que no soy del boxeo, soy del cine. Me presento, soy José Luis Garci, el director de cine, de Solos en la Madrugada”. ¡Lo habían puesto de comentarista de la pelea! Hoy repaso su historia y es un crack.
–¿Y la nota que no fue y te agarrás la cabeza hoy?
–Donald Trump, cuando nos quedamos sin cinta de video para entrevistarlo. Vamos a Atlantic City a ver Nassem Hamed vs. Wayne McCullough, en 1998, un sábado. Nos quedamos el domingo, vuelo de vuelta el lunes. Ese día, a las 12, conferencia de prensa de en el Trump Plaza por futuras peleas. Nos quedaban 25m de casette. Estaba venido abajo Trump. Entonces encaramos un par de notas con los boxeadores. Elegimos a Fernando “El Feroz” Vargas y a Arturo Gatti. Cuando llegamos, el único que estaba era… Trump. Imaginate un desayuno a sola con Trump. “Pero está terminado”, razonamos. Lo descartamos porque no teníamos mucha cinta y pensamos en los boxeadores. Y no lo hicimos. Un visionario bárbaro soy. Mirá si teníamos hoy esa grabación…
–¿Ese primer viaje al exterior como fue?
–A Siracuse, en 1981, para Sugar Ray Leonard con Larry Bonds. La pelea más olvidada de Leonard. Pero antes Leonard viene a Argentina. No había notas individuales. “Usted espere acá”, me dice alguien de la organización, y me hace una seña de complicidad. “¿No se acuerda de mi? Yo soy el del balneario de La Lucila del Mar. ¿Te acordás que vos me transmitiste por cortesía un partido entre las carpas impares contra las pares? Yo te voy a devolver con una nota con Leonard. Y nos hizo pasar. Maravilloso.
–¿Y con figuras famosas con las que te hayas cruzado, cómo fue la experiencia?
–No lo van a creer. Me pasó lo mismo que a Vila con Luis Ángel Firpo: cuando se lo presentan, Vila le da la mano y le dice “Mucho gusto”. Y nada más. Se quedó mudo. Bueno, resulta que en 1989, en el hotel Maxim, en Las Vegas, hay un evento especial en honor a Max Schmeling, ex campeón mundial de los pesados de los años 30. Alemán, anti Hitler, Schmeling había ayudado a un montón de judíos perseguidos en aquellos tiempos. Cuando lo veo esa noche, me acerco para saludarlo. Él tenía 85 años. Le extiendo la mano y le digo “Nice to meet you, champ”. No pude agregar más nada. Ahí terminó la anécdota. Era tal la imponencia del campeón que también me quedé mudo. Ese apretón de manos es uno de mis cinco saludos cumbres, top.
–¿Con Muhammad Ali?
–Tengo la biblia musulmana firmada por él. Y esa foto en la que está con Tyson, el día que se fueron sin pagar en la inauguración del Mirage… Habían cenado en el mismo restorán. En la mesa de al lado nuestro. “¿Cómo les vas a cobrar a estos tipos?”, decía el dueño.
Alí me firma la biblia musulmana. Pone “Muhammad” y yo le menciono que soy de Argentina. Se distrae y me da la biblia. Cuando la abro, veo que no le puso Alí. Con el tiempo, entrevisto a Laila Alí, la hija, y le cuento la anécdota. “Yo desconcentré a tu papá”. Me contesta: “Papá firmaba Muhammad o Muhammad Alí, indistintamente”. Ahí me quedé tranquilo. Igual, la mano de Schmeling fue más significativa que el momento que Luis Spada me presenta a Alí, a quien no recuerdo haberle dado la mano. Vino dos veces a Argentina, en el 71, para una exhibición con Miguel Angel Páez después de pelear con Ringo Bonavena, y en el 79, traido por El Gráfico por un aniversario y fue al Luna Park a ver Luis Malvárez-Hipólito Núñez II.
–¿Alguna pelea te emocionó especialmente?
–La primera que hice en el Caesars Palace bajo la lluvia, mi segundo viaje a Las Vegas: Marvin Hagler vs. John Mugabi, a quien le faltó un pelín para ganar. Los entraron a upa por la lluvia para que no se mojaran las botas, envueltas en nylon. Fue una jornada trágica. Richie Sandoval, sacado en camilla con una hemorragia cerebral; se murió hace poco. Segunda pelea: Tommy Hearns vs. James Shuler, se fue en camilla Shuler y se mató en un accidente de moto siete días después. Pelea de fondo, relaté con Luis Spada como comentarista. Esa pelea me emocionó. Pensé que le ganaba Mugabi. Y la única que me sacó un poquito de la insensibilidad que debe tener un relator de boxeo. Y Martillo Roldán…
–¿Cuál de Martillo?
–Con Hearns, en 1987. Roldán era el más bueno de todos los boxeadores. Iba a LA NACION con los salamines de San Francisco. Ese día, Irusta Cornet pagó un récord: 70.000 dólares para tener a un periodista con los codos apoyados sobre la lona. En el primer round se me cae Martillo adelante, consciente. Y yo casi a los gritos: “Faltan 8 segundos y se va el primero”. No te voy a decir que Roldán decidió por eso, pero me escuchó seguro. Los ganchos de Hearns… si cierro los ojos, todavía me duelen. Me fui de esa pelea y me dolía el cuerpo. Tenés a Hearns a un metro. Eran puñaladas. Y cuando Martillo le pega, le faltó un centímetro de justeza para haber coronado la epopeya. Hubiera sido un hecho inigualable. El Chino Maidana hizo un peleón con Floyd Mayweather, la primera, pero pierde por 4 puntos. Para mi no supo ganar una pelea que se podía ganar. No encontró la llave final para ganar una pelea que era ganable después del 6to, cuando iban empatados, tres rounds para cada uno.
–¿Y Maravilla Martínez?
–En la historia de LA NACION no hay producido de boxeo como Chavez-Maravilla. El que más centimetraje tiene es Maravilla. Más que Maidana, más que Bonavena, más que Monzón. Maravilla le hizo muy bien al boxeo hasta que volvió a pelear. Pero yo no me quiero pelear más.
–La noche de Chávez fue increíble.
–La pelea y todo lo posterior. A la madrugada, él viene de coserse. Me manda un mensaje: “Llegué, estoy en mi pieza”. Fue una tapa única. La tapa de LA NACION que después salió en Clarín. No se quiso sacar los anteojos Maravilla. Estaba solo en la pieza. En la heladera había un jugo y espárragos. “Sacá un champucito”, le dijo. “Yo no tomo”, me contestó.
–¿Cómo era ese campeón?
–Muy sencillo toda la vida y yo fui igual con él desde que empezó hasta que fue Maravilla. Él me bloqueó con la nota sobre “el gran simulador”. Ahí me cortó. Pero venía mal con una nota de Espectáculos que le había criticado su Stand Up. Su carrera es excepcional. El movimiento popular que tuvo la pelea de Maravilla-Chávez no lo tuvo otra pelea. Olvidate.
–¿Por qué no tuvieron eso los de los 90?
–Era más difícil viajar. El Zurdo Vásquez es un tipo que está un punto arriba de Maravilla y de Maidana. Pero la invasión que hubo en Las Vegas no se dio en ningún lado. Si Maravilla noqueaba a Martin Murray en Vélez bajo la lluvia hubiesen escrito diez cuentos que hoy se seguirían leyendo.
–¿La carrera de él se terminó la noche de Chávez?
–No, en la de Murray, en Vélez.
–Pero a la de Murray ya llegó lesionado de la de Chávez.
–Si, pero fue muy mala la de Murray. Y lo de Cotto fue el ocaso. Para mi se produjo en la caminata a la escalera. Fue el peor relato de mi carrera. Le pega un jab y lo paralizó. Me quedé mudo. ¿Qué le pasa a este hombre? Nunca volví a escuchar esa transmisión. Ni la quiero volver a escuchar.
–¿Látigo Coggi?
–Una época linda, con el florecer del boxeo italiano. Los italianos morían por Coggi. La pelea con Patrizio Oliva fue un suceso. Noqueó en Sicilia a un napolitano, lo recibió el Papa, le ofrecieron pelear por Italia y Argentina. El Coggi de Italia reverdeció la historia de Monzón, el enamoramiento por un argentino. Lo seguía Maradona. Lectoure se peleó con Santos Zacarías, el entrenador de Látigo, y Coggi se distanció de Tito. Lo agarró Rivero y terminó como terminó.
// // //
El cierre del Luna Park, los juicios en los que salió de testigo contra el promotor Osvaldo Rivero. Sin rodeos, Osvaldo cuenta sus experiencias.
–¿Cuando el Luna Park cerró al boxeo, pensaste qué?
–Tito Lectoure lo cerró en el 87 con Ramón Abeldaño vs. Adolfo Arce Rossi. Estaba hinchado ya. Sufría la presión de Ernestina porque iba poca gente y había muchos espectáculos que rendían mejor. Fueron duros esos últimos años. Lo del regreso en el 89 se lo pidió el presidente Carlos Menem. Todo el mundo quería ver al Roña Castro contra el Puma Arroyo. “Vamos a abrir el Luna”, le dijo. Y después, con Tito ya fallecido, su sobrino Esteban Livera y Ernestina lo reabren. Los dos primeros años anduvo bien. Con Narváez y La Tigresa Acuña siempre había gente. Después ya no.
–Con Rivero estabas, o estás, peleado. ¿Que pasó?
–Trabajé en Knock-out 9. Relatábamos con Walter Nelson y Vila comentaba. Una época buena, con Látigo Coggi, Locomotora Castro, el Zurdo Vásquez. Después, Rivero se puso déspota. Un día me dice: “Vos no podés abrir la transmisión con el presidente de la AMB (Elías Córdova). Vos tenés que abrirla conmigo”. Sorprendido, pero convencido, le contesto: “Olvidate Rivero, vos necesitás a otro”. Me quiso apurar: “Vos tenés un contrato firmado hasta marzo”. Y le propongo para evitar problemas: “Mirá, si podés, dame tres transmisiones cualquiera y listo, para cumplir”. El miserable no me las dio. Los otros días escuchaba una frase de Alejandro Sabella. “Un profesional en la vida no debe ser popular ni famoso, debe tener jerarquía. Porque lo que queda en la vida es la jerarquía”. Al boxeo le he dado jerarquía, no hice cosas berretas. No he sido localista ni nacionalista. No le he mentido a la gente.
–¿Y ese entredicho generó todo el problema con Rivero?
–No, al tiempo me hacen una nota en la revista Libre. Sale con el título “KO 9 era una farsa”. Yo ya no trabajaba ahí. Rivero me reputeó. Le digo “estás totalmente equivocado, leé mis declaraciones que no tienen nada que ver con ese título”. Pero no me escucha: “Vos sos un traidor”, me tira. Y ahí le respondo: “No, yo no soy ningún traidor. Vos lo sos, porque los que te hicimos la agenda, los que te presentamos a Luis Spada, fuimos Julio Vila y yo. Vos no sabías un carajo de boxeo”. No se lo bancó y siguió puteando.
–Pero el tema siguió.
–Una noche vamos a comer con Osvaldo Bisbal, presidente de la FAB, a la Costanera. Lo único abierto era Los Años Locos. En esos días, Vila, como miembro del Consejo Mundial, le había vetado a Rivero la revancha de Carlos Salazar con Sung Kil Moon. Y ahí, también comiendo, está Rivero. Se levanta y le grita a Vila: “Si no te vas en 5′ de acá, te mato”. Vino Látigo Coggi y se lo lleva. Viene de vuelta y lo sacan los mozos. Yo me fui antes, no me gustaba el clima. A las 8 de la mañana me llama Vila. “Ya cumplí, Rivero está denunciado en la comisaría, amenazas de muerte, sin uso de armas, en un estado deplorable”. Se hace un juicio. Le dan seis meses de prisión en suspenso a Rivero. Yo fui a declarar y Rivero nunca me lo agradeció: le dije al fiscal que no lo podía mandar preso por putear. Vila no le hizo juicio civil, no le sacó guita. Le dio una lección de moral y le manchó el prontuario.
–¿Y el otro juicio?
–Fue por una pelea en Caseros de Pigu Garay ante Franco Sánchez, al que le pega después de la campana. El referí Fernando Peryrous descalifica a Garay. Rivero se volvió loco. Peryrous me pide que le saliera de testigo por “amenaza de muerte de Rivero”. Fui a declarar, pero le aclaré al referí que nunca escuché la palabra “matar” como cuando había amenazado a Vila. Sí las puteadas. Nunca supe el resultado de ese juicio. Tengo dos experiencias de tribunales con Rivero.
–¿Cómo te llevás con las transmisiones de hoy en día?
–Mantengo en mis transmisiones el mismo perfil. A veces puedo armar mis equipos, a veces no. Si los armo, creo que voy a tener mejor rendimiento. A las transmisiones de hoy le sobra propagandismo y les falta concepto boxístico. Hay poco nivel de crítica y no se sabe ver cuál es la proyección real del boxeador. Se fantasea mucho. Suelo no juzgar a las otras transmisiones, pero creo que las mías tienen el concepto y no sé si las demás lo tienen. Se teme mucho a pujar con el boxeador.
–No es lo mismo llamar al león que verlo venir.
–Jaja. Todos ellos tienen remeras de merchandising con sus frases. Chava Rodríguez sabe de boxeo, tira conceptos. Basta con leer sus notas en gráfica. Sigo entendiendo que el boxeo y el automovilismo son escoltas del fútbol en el podio de las preferencias argentinas.
–Te conmovió lo del Puma Fernando Martínez.
–Quiero remarcarlo. Lo que hizo con Matsuko Ioka, para mí, es la victoria más importante del año del deporte argentino. Fuera de la medalla dorada del Maligno Torres en París. Esa victoria de Martínez, tremenda, ante un tipo de cuatro campeonatos. Decí que está Naoya Inoue, si no hubiera batido al astro de Japón. Para mí, de la manera que lo hizo, movió del pedestal histórico a Acavallo-Takayama. Primero sigue estando Pascual Pérez-Yoshio Shirai, después Locche-Fuji, tercero Martínez-Ioka y cuarto Acavallo-Takayama. Es un gran campeón. Si tuviese un manager profesional, tendría hasta otro reconocimiento.
Conforme a los criterios de