La gala artística con entrada libre que todos los años organiza el Consulado de Italia en Buenos Aires al finalizar la temporada contó en esta oportunidad con la presencia especial de Giorgia Meloni, primera ministra italiana, recién llegada de la Cumbre del G20 y luego de visitar al presidente argentino Javier Milei.
Antes del demorado ingreso de Meloni al Teatro Coliseo, una brigada con perros había revisado la sala de arriba abajo en busca de hipotéticos explosivos. Luego los espectadores fueron llegando: el público general se instaló en las galerías altas y los invitados especiales, mayoritariamente de la colectividad italiana, en la platea. Fueron muy escasos los funcionarios argentinos presentes y quizás por ese motivo los discursos, tanto del embajador de Italia en Argentina como el de Giorgia Meloni, fueron dichos en italiano.
De ambos pudo deducirse, para aquellos que no hablan el idioma, que celebran la antigua amistad y los lazos de unión entre Italia y Argentina. Por su parte, Meloni -muy desenvuelta y elegante en su conjunto negro y blazer con brillos- destacó que es su primera visita no sólo a nuestro país, sino también a Sudamérica.
Relativamente breves ambos discursos (primero el cónsul se había dirigido también al público, en español, brevemente) dieron luego paso a que, con el acompañamiento de un conjunto de cámara, se cantaran los himnos respectivos de los dos países. Siempre es lindo escuchar el himno italiano, con su brío y su carácter entusiasta.
Y finalmente el show, no menos austero que la primera parte, que fue estrictamente protocolar.
Estuvo conformado por una serie de piezas de danza solistas y dúos creados por distintos coreógrafos e interpretados por estudiantes de la Academia de Danza del Teatro de La Scala de Milán, por dos integrantes del Ballet de Hamburgo y por otros bailarines pertenecientes a compañías pequeñas. Cada pieza se presentó en un escenario totalmente despojado y con una puesta de luces muy sobria.
El nombre del show es “Luz, cámara, ¡danza!” y fue concebido por Massimiliano Siccardi, creador de obras multimedia, a las que llama «Óperas emocionales inmersivas». Es el autor del espectáculo de ese carácter “Exhibición Van Gogh”, que ha recorrido el mundo, incluida la ciudad de Buenos Aires.
Homenaje al cine italiano
La tarea de Siccardi consistió en un montaje visual para presentar cada número del espectáculo. Como el tema en común era un homenaje al cine italiano, estos videos estuvieron hechos sobre la base de imágenes de los artistas homenajeados: Luchino Visconti, Federico Fellini, Pier Paolo Passolini, Roberto Begnini, Ennio Morriconi, Sophia Loren y Ana Magnani.
Con el propósito de vincular el movimiento de la cámara de cine con el movimiento de la danza, los respectivos coreógrafos parecen haber tenido la máxima libertad para abordar esa asociación.
Por ejemplo: el homenaje a Sophia Loren (por su filme Orgullo y pasión) y a Alberto Sordi en El conde Max toma la forma de un solo de flamenco estilizado, interpretado por el bailarín Sergio Bernal, de origen español e italiano por elección.
El dúo Riva&Repele presentó su pieza inspirada en La vida es bella de Roberto Benigni con la banda sonora de Nicola Piovani, en un estilo más contemporáneo y quebrado que otras de las piezas, más neoclásica.
De este estilo neoclásico hubo dos dúos de John Neumeier: Shall we dance? sobre música de George Gershwin, para evocar los premios Oscar italianos, y Adagietto, música de Gustav Mahler, que es un tributo a Luchino Visconti y a su película Muerte en Venecia.
Emanuela Bianchini y Damiano Grifoni, de la Mvula Sungani Physical Dance, homenajearon la música de Ennio Morricone. Entre Tierra y Cielo, de la coreógrafa romana Mvula Sungani, encarna -dice el programa- “esa especial fusión artística que tiene lugar cuando se encuentran las energías de dos continentes”.
Laura Farina y Francesco Della Valle, alumnos de la Academia del Teatro La Scala de Milán, interpretaron a Giuletta Massina y a un personaje masculino, quizás el propio Fellini, en fragmentos del ballet La Strada de Mario Pistoni, creado en 1966 para Carla Fracci e inspirado en la película homónima de Federico Fellini, con música de Nino Rota.
Finalmente, Sergio Bernal regresó con otro homenaje solista, esta vez a Anna Magnani y a Pier Paolo Passolini como hilos de conexión misteriosos. Se trató de El cisne, sobre la famosa música de Camille Saint-Saëns y con coreografía de Ricardo Cue. La pieza que hizo célebre a Anna Pavlova estuvo pensada aquí bajo una forma masculina.