Chunchuna Villafañe tuvo tres grandes amores. Tres hombres que la acompañaron en diferentes momentos de su vida y con los que vivió intensos romances. De sus coqueteos de juventud a su matrimonio con Horacio Molina, el único con el que aceptó pasar por el registro civil y por la iglesia. Junto a él tuvo a sus hijas, Juana e Inés, y aunque pensó que era un amor para toda la vida, esa historia no prosperó. La ruptura fue una gran decepción para ella, pero con el tiempo pudo volver a entregarse al amor y así vivir nuevas aventuras: primero, de la mano del cineasta Pino Solanas y luego, del marchand Adolfo Juan Ángel ‘Chango’ Lavarello.
Su primer amor se llamaba Ronnie. Ella tenía 14 años. “Todavía cada tanto me visita y quiere volver, pero no me interesa. Él se fue a los Estados Unidos una vez, y después yo me encajeté con otro, con otro y con otro hasta que lo conocí al Bebe Vilar Castex. En ese momento yo fui la primera en bailar al estilo cheek to cheek”, le contó Chunchuna a la periodista Virginia Mejía, que acaba de publicar el libro Chunchuna confesiones de un ícono pop.
Su segundo novio, Vilar Castex, fue su compañero en la carrera de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Estuvieron un tiempo juntos, pero la relación se fue enfriando. Luego conoció a Molina, él ya era guitarrista y compositor mientras ella estaba dando sus primeros pasos como modelo y actriz: “En casa siempre mi inculcaron que tenía que prepararme para ser independiente. Nunca se les pasó por la cabeza que no estudiara o que fuera mantenida por un esposo. Me criaron como a un hombre”, contaba en las primeras entrevistas.
“Hasta los 27, 28, o 29 no tuve sexo. Tuve relaciones por primera vez con Horacio, cuando me casé. Yo tenía sobre el matrimonio la misma idea de las chicas católicas de la época. Quería ser bendecida frente al altar y me acuerdo de que le pedí que antes de la ceremonia se confesara y tomara la comunión. No sé si lo hizo, él me dijo que sí. Yo le creí”, contó.
Su única boda
Cuando Villafañe conoció a Horacio Molina, le pareció un héroe porque enfrentó a un señor que le decía piropos poco gentiles. “Me gustó que me defendiera”, dijo. Se casaron en 1961 y estuvieron diez años juntos. Su primera hija, Juana, nació dos años después de la boda, justo antes de que Chunchuna pudiera rendir la última materia que iba a darle el título de arquitecta.
En 1964 nació Inés. “Me separé por sus infidelidades, hubo montones. Era muy picaflor y me dolía, me ponía triste. Si hubiera sido un poco más vivo, más inteligente de lo que era, tal vez seguíamos casados muchos años más, pero no, no era vivo. Me enteraba cuando estaba con otra porque él mismo me confesaba: ‘vi un culo divino y no pude, me fui atrás de él”, le contó Villafañe a Mejía para su libro biográfico.
Sin embargo, la separación no rompió el buen vínculo: “Lo ideal es quedarse siempre con el padre de tus hijos. Con él sigue para siempre un lazo que no se puede cortar jamás. Pero es cierto que a veces no se puede seguir juntos. Creo que primero hay que convivir con alguien para saber si la unión funciona. A mí me importó poco el casamiento por civil; lo que me importaba era casarme por iglesia porque para mí era una ceremonia que te marcaba para siempre”, contó la actriz alguna vez en una entrevista.
En la década del setenta, asumió un compromiso social y durante varios años ayudó en su tarea solidaria al Padre Mugica en la Villa 31. En el marco de esa militancia conoció al cineasta Pino Solanas en una reunión y pronto se enamoraron. “El hermano de mamá fue una persona muy conocida en el medio, tenía mucho contacto con Perón. Así que con Pino nos conocimos porque los dos fuimos a ver una película, El camino hacia la muerte del viejo Reales, de Gerardo Vallejo”, le contó alguna vez a LA NACIÓN.
Ya estaban viviendo juntos cuando, con el golpe militar de 1976, debieron exiliarse, primero se fueron a Madrid y luego a París. “Suena romántico eso de irse juntos a vivir a París, pero no nos quedaba otra si queríamos sobrevivir. Esta vez no hubo casamiento, pero estuvimos juntos ocho años. Nos tocó un momento atroz, habíamos vendido nuestros departamentos y comprado uno que se estaba edificando. Cuando nos mudamos, no lo habíamos llegado a vestir que me tuve que ir del país. Vivir en el exilio sin trabajo un mes equivale a dos o tres años de una vida normal. El desgaste de estar metidos en una casa, con chicos, sin dinero y sin trabajo, sin identidad es monumental”.
El desarraigo fue un golpe fuerte para la familia y el exilio terminó con la pareja. De ese momento, recordó: “Tenía 40 años y vi por la televisión francesa un especial por el Año Internacional de la ancianidad, que contaba una deliciosa historia de amor de dos viejitos que se conocieron en un geriátrico. Se fueron a vivir juntos y se pusieron como consigna darse un beso cada vez que se cruzaron en el pasillo de su casita. Me emocionó muchísimo esa historia y pensé ‘todavía tengo esperanzas’”.
Su último gran amor
Y Chunchuna tuvo otra oportunidad. Volvió a enamorarse, esta vez del marchand Adolfo Juan Ángel ‘Chango’ Lavarello. Estuvieron juntos treinta años hasta que él murió en 2010. Se conocieron en París y de regreso en Buenos Aires decidieron convivir. “No sé si convivir es bueno para el amor. Yo creo que lo mejor sería vivir cada uno en casas separadas, distintas, verse sólo cuando ambos tienen ganas, sin chocarse, sin pisarse. O vivir uno en un primer piso y otro en el quinto piso. Pero no lo logro porque los hombres de mi vida nunca aceptaron que vivamos en casas separadas. Los hombres son muy dependientes y odian dormir solos, y sin una mujer rondando cerca se sienten desamparados. Yo creo que buscan la imagen materna”, contaba hace un tiempo cuando hablaba de amor.
Sobre su primer encuentro con Chango Lavarello, dice en el libro Chunchuna confesiones de un ícono pop: “Fue divino porque lo conocí de manera impensada. Una amiga mía vivía en París, en un barrio alejado y me invitó a pasar el día. Le dije: ‘Voy, pero no quiero ver a nadie’. Estábamos ahí y de repente entró Chango a la casa. Lo primero que me dijo fue que él tenía dos hembras y dos machos… (risas). Se refería a sus hijos. Era un tipo divertido. Me gustó de inmediato… Llegamos juntos desde París, él se volvió para estar conmigo, aunque después hice una cosa que está mal. Apenas llegamos a Ezeiza, me escapé en el auto de mamá a su casa. Entonces él me lo recriminó: ‘Yo nunca me imaginé que ese día te ibas a ir con tu madre’. Lo dejé clavado en el aeropuerto y él se tuvo que ir a vivir con sus hijos. Yo me fui al departamento de Las Heras y Pueyrredón”. A los pocos meses se mudaron juntos a una vivienda en Villa Urquiza.