«Milei, no me aguantas un round, bicho cobarde, ¡Venezuela dijo no al nazifascista de Milei!». El discurso de Nicolás Maduro en su noche de festejo electoral dejó en claro cuál era el enemigo con quien se siente más cómodo para confrontar. Fue incluso más duro con el presidente argentino que con la propia oposición venezolana.
De hecho, se definió como «un hombre de diálogo», casi en un guiño a los millones que habían votado por Edmundo González Urrutia.
A continuación, la militancia chavista coreó un cántico iniciado por un grupo de argentinos: «Milei, basura, vos sos la dictadura». Era lo único que faltaba para que la situación venezolana se transformara en un tema de la política doméstica argentina.
Así como a Maduro le resulta funcional tener a Milei como antagonista y poner su doctrina libertaria como antítesis de su programa populista, también al presidente argentino le resulta políticamente redituable esa pelea.
A diferencia de lo que ha ocurrido con otras posturas controversiales, como el alineamiento con el brasileño Jair Bolsonaro, el salvadoreño Nayib Bukele o el partido de la ultraderecha española Vox -y la pelea con el presidente Pedro Sánchez-, esta pelea con Maduro parece concitar mucho más consenso.
De hecho, lo pone en el liderazgo de una posición que incluye a los gobiernos de Costa Rica, Ecuador, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y República Dominicana, que horas antes del resultado habían instado al gobierno de Maduro a respetar el resultado electoral, insinuando que la mayoría de los apoyos habían sido para la oposición.
Incluso los gobiernos de la región de inspiración izquierdista han manifestado incomodidad con la situación venezolana. El chileno Gabriel Boric publicó un mensaje en el que califica al gobierno de Maduro como «régimen» y advierte que los resultados electorales «son difíciles de creer».
Y la mayor potencia de la región, Brasil, tampoco parece dispuesta a reconocer el resultado. El presidente Lula Da Silva ya había advertido que Maduro debía reconocer el resultado y entregar el poder si le era adverso. No hubo un reconocimiento ni mensaje de apoyo, y todo indica que no lo habrá hasta que haya una revisión del escrutinio.
¿Una ruptura diplomática inevitable?
En ese marco, Milei no oculta su aspiración de erigirse en el principal denunciante internacional de un fraude en la elección venezolana, así como del principal apoyo del candidato González Urrutia y de la líder opositora Corina Machado.
La propia Corina, dos días antes del comicio, había publicado un mensaje de agradecimiento al presidente argentino.
Milei fue un aliado temprano de la dirigente opositora venezolana, con quien ya manifestaba una abierta sintonía desde la postulación a diputado en las elecciones legislativas de 2021. En conversaciones por Zoom que se difundieron en las redes sociales, Machado demostraba su admiración por la vehemencia con la que Milei defendía los principios liberales y dijo que le había servido de inspiración para defender un discurso liberal en la propia Venezuela. El video terminaba con ambos dando el grito de guerra «viva la libertad, carajo».
Esa ansia de jugar un rol protagónico en la situación política venezolana se confirmó luego durante la jornada electoral. Cuando miles de inmigrantes se congregaron para manifestar frente a la embajada en el barrio de Palermo, hubo figuras que se unieron, como la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, a quien la propia embajada acusó de un «asedio» que ponía en riesgo su integridad.
Al mismo tiempo, la canciller argentina, Diana Mondino, alrededor de las 11 de la noche, en medio de las primeras versiones de fraude, publicó un mensaje en las redes sociales que decía: «Maduro, reconozca la derrota. La diferencia de votos en contra de la dictadura chavista es abrumadora. Perdieron en todos los estados por más de 35%».
Luego, fue el propio Milei quien salió a denunciar un fraude. Bajo el título de «Dictador Maduro, afuera», el presidente argentino dijo que la oposición había obtenido una victoria aplastante y adelantó que el gobierno argentino no reconocería una reelección de Maduro.
El canciller venezolano, Yvan Gil, de inmediato respondió en duros términos, calificando a Milei como «nazi nauseabundo» y adelantaba, varios minutos antes del resultado oficial, que el oficialismo había obtenido una victoria.
Por lo pronto, todo apunta a que habrá una ruptura diplomática entre Argentina y Venezuela, porque Milei ya adelantó que no reconocerá la legitimidad de Maduro. Es una situación que reconoce un antecedente en la gestión de Mauricio Macri, uno de los pocos que había reconocido a Juan Guaidó, quien con el apoyo estadounidense se había proclamado como legítimo presidente de Venezuela. Macri llegó a reconocer en 2019 una embajadora designada por Guaidó como la única representante del país caribeño. Un año después, sus cartas credenciales fueron retiradas por el recién asumido Alberto Fernández.
El rédito político para Milei
En definitiva, la situación venezolana ha pasado a ser una parte importante de la política interna argentina. Milei se dedicó toda la jornada a retuitear datos sobre la decadencia económica de Venezuela y a denunciar al socialismo como «fenómeno empobrecedor».
Es decir, una postura que le resulta funcional para defender su propio programa económico de ajuste fiscal y contracción monetaria.
Pero no se limitó a las críticas ideológicas hacia Maduro, sino que también se sumó a los mensajes que recordaban el pasado de connivencia entre el kirchnerismo con el régimen chavista. Incluyendo, por ejemplo, el recuerdo de la condecoración que le hizo Cristina Kirchner al recién electo Maduro en 2013.
En aquella ocasión, Cristina había concedido la Orden del Libertador San Martín, principal condecoración que se da en el país.
Aquella condecoración ya había creado polémica en ese momento -Maduro en su discurso de agradecimiento se declaró «peronista»- y finalmente, en 2017, Macri retiró por decreto esa distinción, alegando que la conducta de Maduro era contraria a «los valores sanmartinianos de respeto a la libertad y a los pueblos de América latina». Eran los días en que morían cientos de personas en las calles de Caracas, en medio de la violenta represión a las protestas civiles por la democracia. También, en esos días, miles de venezolanos buscaban refugio en Argentina, en una corriente que, según las últimas estadísticas oficiales, llegó a superar los 160.000 inmigrantes provenientes de ese país.
No fueron los únicos episodios del pasado kirchnerista que volvieron al tapete en estos días. También circuló en las redes el recuerdo de los negocios -siempre sospechados de irregulares- en la relación bilateral. Como las exportaciones de lácteos y alimentos que, cuando cayó el precio del petróleo, interrumpieron los pagos y empujaron a empresas argentinas a la crisis financiera. O como la emisión de un bono con una tasa en dólares de 15%, del cual ex funcionarios kirchneristas dijeron que había derivado en una ganancia espuria por la manipulación de esos títulos en el mercado secundario por parte del gobierno chavista.
Lo cierto es que, mientras el mundo asiste con estupor ante la situación de una elección denunciada por fraude y con un riesgo de una nueva ola de violencia en Venezuela, Milei no dudó sobre cuál debía ser su estrategia: erigirse en el principal adversario de Maduro, como forma de afianzar su propia posición interna y su proyección internacional.