La visión binaria y polarizada del discurso político es parte de Argentina desde que Perón encarnó el líder carismático que representaba “al pueblo”, identificado con aquellos humildes y trabajadores (mientras sean peronistas). Los demás simplemente serían gorilas aun cuando también sean humildes y trabajadores.
Más recientemente, los Kirchner emularon un discurso parecido. Eran ellos los representantes del pueblo, el progresismo y los derechos humanos. Aun cuando sus vidas privadas estaban lejos de ser humildes y populares. Posteriormente, con Macri se impuso “la grieta” como modelo de país que benefició a la presidencia de Alberto Fernández, cuando se presentó como moderado.
Actualmente, Javier Milei nos presenta un relato populista a través de las obras de dos de sus autores preferidos. Uno de ellos es Ayn Rand a través de “La rebelión de Atlas” donde el país se divide en dos. Por un lado los que tienen privilegios de la política (la casta) sean empresarios privados, públicos o políticos quienes por naturaleza son parásitos y expoliadores y, por otro, los hombres de bien, trabajadores honestos que mantienen a los demás.
El otro es F. Hayek, principalmente mediante sus obras “Camino de Servidumbre” y “La fatal arrogancia”, donde se lucha contra cualquier tipo de colectivismo e imposición moral, cultural y económica de un diseño institucional prestidigitado por los gobiernos.
Sin perjuicio de que las obras de estos autores son muy interesantes, están siendo utilizadas para generar el discurso de la polarización ideológica (los autores no tienen la culpa). El pueblo se divide en bueno y malo. El bueno es el que lucha por un interés colectivo: así como Perón luchaba por “el pueblo”, Milei lucha contra los expoliadores.
Un ensayo mesiánico de refundación atrapado por el tiempo corto
Sin embargo, el discurso de Milei reconoce el liberalismo económico pero desconoce el liberalismo político. De hecho, el liberalismo es un movimiento político que establece límites al poder y de los que surgen instituciones económicas. Ser liberal implica un Estado de Derecho, es decir, el sometimiento a reglas generales de todos los individuos, incluidos los gobernantes. La Constitución Nacional es la norma suprema de un Estado liberal.
Por su parte, Milei se define filosóficamente como anarco-capitalista, donde el Estado puede no existir, es decir, es anarquista. Los anarquistas a su vez pueden ser de derecha como Rodbarth o de izquierda como Marx, quien en definitiva abogaba en la última fase de su teoría por la abolición del Estado. En resumen, Milei asume un discurso populista y anarquista.
A pesar de ello, ser Presidente de Argentina implica que tiene legitimidad porque la Constitución Nacional lo establece, por lo que se encuentra sometido a ésta. Por ende, las medidas como el DNU o la ley ómnibus deben someterse al control de los otros dos poderes del Estado.
Listas negras. En el Congreso, el kirchnerismo mantiene el 40% de ambas cámaras (y de las comisiones) por lo que si el presidente desea leyes debe superar en mayoría a éstos. Y ante ello, en vez de proponer consenso, impulsa una ley exorbitante donde se aprueba toda, sin modificaciones, o no se aprueba nada y vuelve el discurso: “o estás conmigo o estás en contra”. La publicación de una lista negra de enemigos no es precisamente muy liberal.
A su vez, se presenta una nueva forma de hacer política utilizando las redes sociales como nunca en la historia. En primer orden, el presidente es un twitero especializado y activo. Por otro, existe un “ejercito” de seguidores que se encargan de posicionar la imagen de Milei como positiva (estrategia de Cerimedo con Bolsonaro) y que son despiadados a la hora de criticar al que no piense igual. Olvidando éstos, que el propio presidente reconociendo a Benegas Lynch (h) conceptualizo al liberalismo como “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo”.
Lo positivo de Milei fue poner sobre la mesa los fondos fiduciarios que representan 2 puntos del PBI por fuera de la aprobación presupuestaria del Congreso y la necesidad de ajuste en las provincias por parte de los gobernadores, la compra de reservas por casi 7 mil millones de dólares, la desactivación de las leliqs, haber evitado la hiperinflación, la reducción del gasto y el superávit fiscal (algo realmente histórico).
Sumado a una posible buena liquidación de cosechas, al efecto rebote de la economía y a una reducción de la inflación a un dígito estimable después de mayo de este año puede generar un crecimiento económico que deberá aspirar a ser sostenido y que puede elevar su imagen positiva. En rigor de verdad, estos indicadores, como la reducción del Estado y el gasto público, son actos contrarios al populismo.
En resumen, en nuestra Constitución no hay lugar para un anarquista, pero sí para un liberal, por lo que se desea el crecimiento económico sostenido con equilibrio fiscal.
*Magister en Derecho y Argumentación Jurídica