viernes, 26 julio, 2024
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Realidades paralelas: cada cual jugó su juego

1973. Para muchos, un año sinónimo de eclosión política. La época de Cámpora y el gobierno de la izquierda peronista. Luego, el General y su Presidencia. Un despertar ideológico que soñaba con la Revolución -Fidel en Cuba, Allende en Chile-. Y con la conciencia política y los gobiernos populares. Cierto. Pero también hubo otro 73. Ese fue el año en que hizo furor la flamante canción “Yo tengo fe” de Palito Ortega y que “Música en Libertad” y “Alta Tensión” -dos programas musicales juveniles livianos- rompían el rating entre los adolescentes. Hubo 70s para todos.

Igual pasó con los años 90. Yo los recuerdo por mi etapa más workaholic -sin energizante por medio-. Me entusiasmaba el periodismo, aunque parezca naif. Viajaba mucho por trabajo y por puro placer. Ese salir fácil al exterior se convierte en mi recuerdo más patente de la convertibilidad. Afuera era barato y desconocido. Acá, caro y con menos misterio. Suena burgués mal, lo sé, pero no me avergüenzo: no me disfrazo de lo que no soy. ¿La noche? Pienso en los primeros lugares que se abrieron en Palermo, en esa época aún lejos del ruido. Tranqui. ¿Drogas? Ni marihuana.

¿Y la movida que incluía tipos súper talentosos pero que también estaba rodeada de falsos neones y de imposturas? Apenas un touch and go para mí. Alguna velada de vodevil contemporáneo que nos mostraba otro mundo. Pero miraba, no participaba. Recuerdo que una noche fuimos con unos amigos a un lugar cumbre donde se comía y había show, en San Telmo. No quedaban mesas pero por unos conocidos nos invitaron a ir a la cocina. ¿La cocina? Pusimos cara de no sé qué. Supimos luego que era el espacio top, allí donde pasaba lo que no se veía. Pero nosotros buscábamos privacidad, no delirio compartido.

Hubo muchas maneras de vivir los 90. El texto de Zulema plantea una que corría en forma paralela a la mía. Una que sedujo con la idea de lo rápido, lo fácil, la falta de ataduras. La licencia para darse con algo y vivir anestesiado porque la realidad era, quizás, dolorosa para mirarla de frente. Mejor, entonces, hacer de cuentas que no había nada enfrente, sólo (falso) hedonismo.

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